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INTRODUCCION
Los creyentes luchan por ser mejores cristianos, pero la realidad es que no tienen que luchar por ser mejores sino por tener una mejor relación con Dios, porque no hay nadie que pueda perfeccionar su carne o su calidad de cristiano. No hay nadie que pueda mejorar su naturaleza pecaminosa o su estado de iniquidad. El término iniquidad significa maldad. O sea, aunque no cometamos pecado, de todas formas, dentro de nosotros gobierna la iniquidad que produce el pecado. Nuestra naturaleza nos mantiene como personas rebeldes a los designios de Dios. Y aunque nuestra carne pretende ser mejor, en realidad, la iniquidad gobierna nuestras vidas. Está el pecado y la iniquidad; la iniquidad es la maldad que nos lleva a pecar.
Hay cosas que necesitamos aclarar acerca de esto porque según el catolicismo y el judaísmo se entiende que debemos cumplir con la ley de Dios, con los diez mandamientos, que tenemos que obedecer las leyes de Dios para que el Señor nos apruebe o para que esté contento con nosotros. Pero en realidad somos un fracaso. Resulta que la ley no tiene poder para librarnos del pecado ni de la condenación del pecado; la ley tiene poder para señalar nuestro error y condenarnos. La ley demuestra que nosotros hemos fracasado, porque por mucho que procuremos ser mejores no podemos serlo, por lo tanto, no podemos apoyarnos en el cumplimiento de la ley o en las buenas obras que hacemos, porque nunca será suficiente. Y esto está muy claro en el Nuevo Testamento, aunque algunos señalan que en el Antiguo Testamento no era así, pero hoy veremos que en el Antiguo Testamento también era así.
La Biblia dice que Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. No le fue contado por justicia el hecho de que hacía cosas buenas sino por el hecho de haberle creído a Dios. Este es un concepto que se restaura o se alumbra al comienzo de la Reforma Protestante, hace quinientos años atrás. Nuestra idea es que si logramos pesar en una balanza más obras buenas que malas tenemos entrada libre al cielo y no es así porque necesitamos el perdón de todos nuestros pecados y no iremos al cielo haciendo buenas obras. A Dios no lo alegramos haciendo buenas obras sino creyéndole y buscando una buena comunión con Él; y Él se encarga de que nosotros hagamos obras buenas. O sea que Dios produce sus frutos en nosotros. Nosotros no podemos producir los frutos del Señor. Yo no puedo mejorar mi vida para agradar a Dios; yo tengo que agradar a Dios con mi corazón y Él hace su obra en mí.
LA SALVACIÓN POR GRACIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En el Antiguo Testamento está muy claro, y me baso para ello en el Salmo 103. El rey David, tenía una relación con Dios tal, que le alumbró la mente. Yo he predicado que los que no le agradecen a Dios, los que no le alaban al Señor, se envanecen en sus razonamientos. Así dice Romanos 1:21: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”.
El apegarnos a Dios de todo corazón hace que nuestra mente funcione bien. Debemos entender la obra de Dios y que toda la gloria le pertenece a al Señor porque Él ha hecho todo para que seamos perdonados y librados. A Dios le corresponde toda la gloria y la honra. El rey David dijo: “Bienaventurado el varón a quien tú no le imputas pecado” (Salmos 32). Esto es una gran revelación porque hay millones de cristianos en el mundo que están tratando de hacer obras para justificar sus pecados, para justificar que son buenos delante de Dios. Y este pasaje señala que es una decisión de Dios no imputarle pecado a alguien y no es porque esa persona no tenga pecados sino porque el Señor lo declara justo; y lo declara justo no por la obra que hace esa persona sino por la obra de Cristo en la cruz del calvario. La obra de Cristo es imputada al creyente y el rey David había llegado a entender estas cosas.
Él buscaba a Dios con todo su corazón y lo alababa. Era un hombre que agradecía al Señor y entonces, luz venía a su corazón. El Salmo 103 dice así: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”. Nosotros tenemos acceso a la gloria, no por los beneficios de quienes somos o lo que hacemos, sino en virtud de los beneficios de Dios hacia nosotros. El rey David ordenaba a su alma a bendecir al Señor y a no olvidarse de ninguno de sus beneficios. A continuación leemos en el Salmo 103, desde el versículo 3 en adelante: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila”. David obligaba a su alma a reconocer que Dios es el que perdona, el que sana, el que rescata y corona de favores y misericordias, y el que sacia de bien su boca. La bendición es obra de Dios y no nuestra.
Dice el Salmo 103:6: “Jehová es el que hace justicia…” No es el hombre el que hace justicia. Tú no haces justicia. ¡Dios hace justicia! O sea que Dios hace una obra de justicia a nuestro favor porque nosotros somos injustos. “Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia. Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras. Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia. No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo”.
Y a continuación viene una revelación que debemos tener en cuenta y dice así en el Salmo 103:10: “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados”. La ley dice: “El alma que pecare, esa morirá” (Éxodo 18: 20). No sugiere si el pecado es grande, si es chiquito, si es mucho o poco; el pecado mata. La ley marca el pecado; la ley marca el fracaso y la condenación. Pero dice el Salmo 103 que Dios no se atuvo a ese principio de justicia, sino que Él no hizo con nosotros de acuerdo a nuestras iniquidades. No nos pagó lo que merecíamos. En otras palabras, juzgando desde la óptica de la ley Dios fue injusto porque nos tenía que haber condenado. Pero no hizo con nosotros conforme a nuestras iniquidades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Queda claro que en el Antiguo Testamento también opera la gracia, también están la fe, el amor y la misericordia de Dios.
Quiero que te quede claro que la salvación está basada, no en lo que ésta puede lograr sino en lo que Dios obra en virtud de su amor y su misericordia. No le presentes a Dios tus buenas obras porque apestan. El profeta Isaías dijo: “…todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6). No te presentes delante de Dios tratando de mostrar tus méritos porque el mérito lo tiene Él. Dios no nos ha pagado conforme a nuestros pecados y no ha he hecho con nosotros conforme a nuestras maldades. El Señor es bueno y misericordioso y es el Todopoderoso. ¿Quién obrará el bien en ti? ¡Dios! Él hará el bien a través de ti de tal manera que el Señor se lleve toda la gloria.
Dice el Salmo 103:11: “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen”. ¡La obra de Dios es magnífica! El amor de Dios por nosotros es grande. Nosotros estábamos perdidos, no habíamos cumplido la ley; habíamos fracasado y estábamos llenos de iniquidades y pecado. Hasta nuestras mejores obras tienen mal olor, pero señala la palabra de Dios que la misericordia de Dios se agrandó hasta los cielos. A eso le llamamos gracia.
La gracia es uno de los fundamentos doctrinales de la reforma de Lutero. Dios no necesita que le añadas un poco de virtud de tu parte o que le agregues esfuerzo. Las buenas obras que produces tienen que ser irremisiblemente fruto del Espíritu Santo en tu vida. De tal manera que no tienes por qué esforzarte ni de qué enorgullecerte. Si tuviéramos que ser perdonados por el esfuerzo que hacemos por ser buenos, no necesitaríamos la misericordia y la gracia de Dios, y no sería su gloria sino la nuestra.
No necesitamos algo más que lo que dice la palabra de Dios: Lo que dice su palabra, es suficiente para mi perdón y mi salvación.
LA SALVACIÓN POR GRACIA EN EL NUEVO TESTAMENTO
¿Cómo lo dice en Nuevo Testamento? Leemos en Efesios 2: 4 al 8: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.
Alguno dirá que es salvo porque creyó y se jacta de eso, mas el apóstol Pablo dice que la fe no es tuya sino de Dios. No hay nada que tengas que Dios no te haya dado. Si hay algo digno o bueno en ti, te lo dio Dios. No podemos argumentar a nuestro favor porque somos condenados; condenados de quienes Cristo, tiene misericordia y ama. Romanos 3:21 dice así: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas”.
La ley te condena y te demuestra que eres irrecuperable. La justicia de Dios es por medio de la fe. Quien rechaza el amor y la misericordia de Jesucristo va a tener que rendir cuentas por la ley; irá al juicio y se encontrará con que la ley lo condena; pero quien se toma de la justicia de Dios por medio de la fe, no rendirá cuentas por la ley sino por la obra de Jesús. Tú ni siquiera podías pagar tu rescate con tu vida porque tu sangre estaba contaminada por el pecado, pero Cristo se presentó delante de Dios con su sangre preciosa y perfecta. El Señor le declaró al Padre que quería morir en tu lugar. Romanos dice que nosotros somos declarados justos.
Supongamos la siguiente escena: está el juez, tú que eres el reo, está el abogado que es Cristo, también el fiscal que es satanás, quien te acusa. Tú, que eres culpable te presentas delante de Dios, pero a ti te cubre la sangre de Cristo, y cuando Dios te ve, ve la sangre de su Hijo y te declara justo, como si nunca hubieses cometido pecado alguno, y esto es porque te abrazaste a la obra de Cristo. Ésta es la justicia de Dios revelada por medio de la fe en Jesucristo. Los que somos de la fe de Jesús tenemos asignado a nosotros ese plan perfecto de la justicia de Dios por medio de la fe. “…siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre…con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:24,25 y 26). Él es el justo y no tú. ¿Dónde, pues, está la jactancia? ¿Quién se puede jactar de ser un gran creyente y tener mucha fe? La fe, tampoco la has generado tú; Dios te la ha regalado. “¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe”. (Romanos 3:27)
Estas cosas son el ABC del evangelio, sin embargo, hay muchos a los que esto no les queda claro. Todavía te esfuerzas por no fumar, como si la carne tuviera poder sobre el pucho. Te esfuerzas todavía por no mentir, como si la carne tuviera poder para auto justificarse y auto disciplinarse. Sigues esforzándote como lo hacen muchos para mejorarte, para presentarte delante de Dios. Algunos ni siquiera asisten a la iglesia porque están mal, así que van a esperar a estar mejor para ir a la iglesia. ¡Si la iglesia es el hospital de los reverendos pecadores! Cuando estás enfermo vas al hospital; cuando tienes una dolencia acudes al médico y no esperas a estar mejor para consultar. Tienes que asistir a la casa de Dios. No busques auto perfeccionarte; busca tu comunión con Dios.
Aquellos que se aburren de servir a Dios o les resulta pesado, es porque están tratando con sus fuerzas de hacer la obra de Dios y al Señor eso le desagrada. Jesús dijo: “Vengan a mi todos los que están trabajados y cargados que yo los haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes que es ligero y mi carga que es fácil de llevar”. Quien sirve a Dios en el Espíritu no se cansa, no se aburre ni se oprime; tampoco se debilita. Bendito sea Dios que me ha permitido servirle por veintiséis años predicando y nunca me he sentido debilitado; he estado débil físicamente pero fuerte en la fe. Muchos dejan el arado porque se sienten agobiados, pero yo te digo que nunca hay que dejar el arado. Lo que debes hacer es buscar a Dios con todo tu corazón.
“Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:29 al 31). No necesitas una dosis de descanso; estás necesitando una dosis del Espíritu Santo. En todos los años que llevo sirviendo a Dios nunca se me ocurrió decir que no quería predicar más. Le doy gracias a Dios que a pesar de todo tengo fuerzas para predicar el evangelio. Dios le da fuerzas al que en Él cree. ¿Es Dios tu Dios o eres tú tu dios? ¿Él te mandará a hacer algo y no te dará el equipamiento para la tarea que te envía a hacer? Tu gran problema es que quieres justificarte a ti mismo o a ti misma; tu gran problema es querer demostrar que eres un buen cristiano sin acudir a Dios. Hay cristianos que buscan otras cosas que hacer porque se aburren de lo que venían haciendo; o quieren servir en aquello que les gusta más. Te tiene que gustar hacer la voluntad de Dios sea cual sea, quieras o no quieras. Tienes que abrirle tu corazón a Dios y pedirle que haga la obra que Él tiene para hacer contigo.
CONCLUSIÓN
Mi abuelo Felipe tuvo la certeza de que se tenía que venir a América y lo contó en su historia. Él nunca volvió a su ciudad natal en Montalbano, Italia. Sus hijos tampoco volvieron, pero nosotros, sus descendientes, fuimos a predicar al pueblo de mi abuelo. Tal vez, él hubiera querido volver a vivir en Montalbano, o abrir una obra para predicar el evangelio, pero Dios lo quería en América. Hace veintiséis años que Dios me mandó a predicar a Uruguay. Algunos decían que vine a juntar dinero de la gente para después volverme a la Argentina. Yo le decía a Dios que estaba aquí porque Él me había mandado y muchos me trataban de sinvergüenza. Y doy gracias a Dios que me dio las fuerzas para permanecer donde Él me puso. No estoy aburrido de predicar ni de atender gente deprimida o rebelde. Yo estoy haciendo la obra de Dios. Él, por su Espíritu Santo, me ha renovado y me ha fortalecido. ¡El evangelio no aburre! ¡El evangelio renueva! El evangelio es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree. Dios tiene obra del Espíritu para que tú hagas. Tienes que decidir hoy si renuncias o no a lo que más te gusta y quieres; tienes que decidir hoy si renuncias o no a los bienes que te retienen. ¿Qué es más importante? ¿Tu voluntad o la voluntad de Dios? ¡Tienes que decidir! La gracia opera para que tú seas libre de la tiranía de tus planes, y de la iniquidad, para hacerte libre de tus pecados y esclavo del reino del Espíritu de Dios.
El Señor bendiga y renueve tu vida en esta hora. ¡Acércate a Dios! No quieras agradar a Dios o al hombre. Ama al Señor profundamente y si hoy tienes que hacer un pacto con Él pídele que te llene con su Espíritu Santo. La vida cristiana no es una cultura moral, estética, ni ética; la vida cristiana es la que fluye de Dios. Dios va a sanar tus emociones y tus pensamientos. El Señor anhela llenarte, pero no puede llenar algo que está lleno de otra cosa.
Vacíate de ti mismo y dile al Señor: “Padre, renuncio a mí, renuncio a todo lo que me ata, renuncio a todo lo que soy y a todo lo que tengo para servirte a ti, en el nombre de Jesús, amén”.
ANEXOS: