Av. 8 de octubre 2335
Montevideo
WhatsApp:(+598) 095333330
INTRODUCCIÓN
El ser humano anhela la felicidad y necesita sentir satisfacción. Yo quiero hablarte de algo parecido a la felicidad, o mejor dicho, de la verdadera felicidad. Muchos corren detrás del placer y pierden la felicidad. Sentir placer no significa tener felicidad y tener felicidad no es tener placer. ¿Podrás sonreír a pesar de tus circunstancias? Debo decirte que el placer está asociado a deseos engañosos y a deleites de la carne; el placer está asociado a lo que la Biblia llama concupiscencia. Santiago dijo: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1: 13 al 15).
Algunos cometen pecado y dicen que fue porque que Dios los soltó. ¡No te engañes! La Biblia dice que Dios no tienta a nadie. Tú eres tentado por los poderes de las tinieblas en base a tus debilidades. Concupiscencia es codicia, es deseo carnal y es el deseo de placer. El que quiere pecar y lo hace, es porque busca placer en el pecado. Desde ese punto de vista el placer no hace a la felicidad, por lo que felicidad no es placer.
Una noche que me desvelé me puse a buscar en YouTube algo para ver y encontré una publicación en la que el Papa estaba dando un discurso. Estuve mirando varios de sus videos, y así estuve varias horas. Entre otras cosas que escuché, me llamó la atención una pregunta que le hicieron a lo que él respondió: “No se olviden que felicidad no es placer y placer no es felicidad”. Eso me edificó mucho y me dio la pauta para traerte este mensaje. A veces, uno tiene que opinar menos de las personas y conocerlas mejor.
Para cada respuesta a las preguntas que le hacían, él utilizaba pasajes bíblicos. ¿A qué voy? A que, lo que yo te predico está fundamentado en la Biblia y si no fuera así, tú tienes el derecho de discrepar, porque si yo no me aferro a la palabra de Dios, te estoy engañando.
Luego de haber escuchado esa frase del Papa, comencé a estudiar y a profundizar en el tema. El placer es momentáneo e intrascendente; es esa sensación carnal de felicidad que me provoca el haberme comprado un auto, por ejemplo, o una casa; de haberme enamorado y casado, etc. O el placer momentáneo que provoca el fumar marihuana, de consumir cocaína o alcohol. Hay varias clases de placeres como el de la droga, el del alcohol o algún estupefaciente, como también el placer sexual, etc; pero que son sensaciones momentáneas. La felicidad se parece más a un estilo de vida y está ligada a la justicia y a la conducta correcta o al vivir correctamente.
Quien vive correctamente tiene felicidad. Tú dirás que vives correctamente, pero te pasan cosas malas; entonces crees que no vale la pena ser bueno y es mejor ser malo. Tú que diste tanto y mira cómo te pagan. Crees que eres un desgraciado o una desgraciada porque hiciste el bien. ¿Acaso no te has arrepentido de haber hecho una buena obra porque te pagaron mal? Eso no te hace feliz porque el acto bueno que hiciste no estaba basado en el amor. Los actos rectos tienen origen en el amor y el amor no se fija si te quieren o no, si te aplauden o no, o si te devuelven o no el favor. El amor se deleita en amar. El que tiene amor ya tiene su paga, tiene un gran tesoro y no necesita que le palmeen la espalda o que lo feliciten. Uno ya se siente recompensado porque ha hecho lo que debía hacer. Que hagas lo que es justo es lo que Dios quiere. Lo legal es lo justo y lo justo es la voluntad de Dios. Lo justo es el cumplimiento de la ley ya quien cumple la ley hace justicia, pero quien no la cumple actúa injustamente.
¿DE DÓNDE VIENE LA FELICIDAD?
Te hablo de una dicha y una felicidad que está fundamentada en una vida justa y en una vida de rectitud por cumplir la justicia y obedecer la ley. ¡Es tan sencilla la justicia de Dios! La ley más importante en el reino de Dios es: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5). Y la segunda ley más importante del reino de Dios es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Algunos lo invierten y señalan que para poder amar al prójimo primero debemos amarnos a nosotros mismos. ¿Quién me va a amar mejor que yo? ¿Quién se va a preocupar por mí mejor que yo? Con ese pensamiento, entonces, cuando yo me ame bien y satisfaga mis necesidades voy a poder amar a mi prójimo. Cuando te dedicas a amarte a ti mismo gastas todo tu tiempo en ti y te olvidas de tu prójimo. La dicha y la felicidad tienen que ver con el hecho de ser misericordiosos con el prójimo, de amarlo, de sufrir con él y hacer por él todo lo que la Biblia asegura que trae dicha al hombre. La verdadera felicidad tiene origen en Dios.
Nehemías la conoció bien, es por eso que declaró: “Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Nehemías 8:10). El verdadero gozo, el verdadero deleite y la verdadera dicha tienen origen en Dios. Está el gozo que te da tomar una copa de vino Tannat o Cabernet Sauvignon, o de consumir drogas, está el gozo del sexo; pero está el gozo del Señor.
FELIZ EL POBRE DE ESPÍRITU
Leemos en Mateo 5:3: “Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Bienaventurado significa: dichoso, feliz. Te preguntarás qué tiene que ver la felicidad con ser pobre de espíritu. ¿Cómo hago para ser feliz siendo pobre de espíritu? Pobre de espíritu es la persona que se ha dado cuenta que no puede lograr nada por sí misma; que en sí misma no tiene fuerza y por sí misma no puede lograr la felicidad, o que de sí misma no puede descubrir la verdad. Que no puede hacer justicia a través de sí misma y no le queda más que levantar su mirada al cielo y declarar: “Señor, no soy nada. Te necesito. Tú eres mi todo Dios. Soy débil y pobre”.
Hablé con un hombre que buscando deleites en la vida, se enredó con varias mujeres y su esposa lo dejó por tal motivo. Ella le había perdonado muchas, pero se cansó. El hombre buscando la felicidad, a los cuarenta años se dio cuenta que está solo, no ha podido encontrar una mujer que verdaderamente lo ame y él mismo no ha podido amar a ninguna. “Pastor, necesito que me ayude”, me dijo el hombre. Ahí está el pobre de espíritu, pensé. “No he podido lograrlo. Dígame cómo hacer”. Le pregunté si amaba a su esposa y llorando me dijo que sí, aunque reconoció que es un fracasado. Ha edificado su casa para vivir, pero no ha podido edificar un hogar. Cuando lo vi llorando, realmente me alegré porque vi que él estaba encontrando el camino a la felicidad. Estaba humillado, reconoció su fracaso y su debilidad, y pidió ayuda. Parece ser que si uno es pobre de espíritu es un desgraciado, pero la Biblia te asegura que no serás un desgraciado sino un bienaventurado y dichoso.
FELIZ EL QUE LLORA
La segunda bienaventuranza del sermón del monte dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). Quizás te han hecho creer o tú crees que eres un desgraciado o una desgraciada porque estás llorando por tu quebranto o tu miseria. Mas hay alguien que ve tus lágrimas. Dios te dice: “Yo he visto tus lágrimas”. Si estás llorando tu impotencia, si lloras por tu quebranto o porque te sientes débil frente a tus circunstancias, el Señor te dice: “Yo he visto tus lágrimas y ninguna ha caído al suelo sin que yo lo sepa. Yo soy tu Dios que te consuela. Tus lagrimas están en mi redoma delante de mí”.
En el libro de 1ª de Samuel encontramos a una mujer llamada Ana que no podía tener hijos, y cuando fue al templo, se postró delante del Señor y lloró amargamente. Entonces leemos: “E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza. Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella. Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria. Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino. Y Ana le respondió diciendo: No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora. Elí respondió y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”.
El hijo que iba a nacer se llamaría Samuel, uno de los sacerdotes más grandes del Antiguo Testamento, quien ungió a David como rey de Israel. Continuando con la lectura de 1ª de Samuel, dice así la palabra de Dios: “Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová”.
Las lágrimas no son en vano; según este pasaje provocaron un encuentro con Dios. Las lágrimas producen un quebranto que Dios ve, así como señala la Biblia en el Salmo 34 versículo 18: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu”. Y Jesús declaró: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
Tal vez no entiendes el valor de tus lágrimas ni el propósito de ellas. En un tiempo en que estuve muy turbado sin saber qué hacer con mi vida le pregunté a Dios qué quería de mí, porque no entendía lo que Él estaba haciendo y no le encontraba sentido a lo que estaba pasando, y es que me había quedado sin trabajo, no tenía dinero para mantener a mi familia, ¡todo estaba mal! Recuerdo que le pedía a Dios que me diera una palabra que me ayudara a entender. Más de una vez lloré porque no sabía qué era lo que quería Dios de mí, y Él estaba destruyendo el orgullo de un arquitecto para luego levantar a un pastor. Lloré amargamente delante de Dios y le pregunté: “¿Qué quieres de mí? ¡Dame una palabra!” Y me dio el Salmo 40: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios”. Yo no tenía ganas de cantar y le decía a Dios que no iba a volver a cantar. Estaba muy mal, pero Dios vio mis lágrimas y se compadeció de mí. No pienses que Dios se alejó de ti por estar llorando por alguna circunstancia. No pienses que Dios no se acuerda de ti. Yo volví a cantar. El Señor me sacó del pozo de la desesperación y del lodo cenagoso.
FELIZ QUIEN TIENE MANSEDUMBRE
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5). ¡Dichosos y felices los mansos! La Biblia dice que Moisés era la persona más mansa sobre la tierra y fue quien guió al pueblo por el desierto durante cuarenta años hasta la tierra prometida. Ser manso se refiere a la mansedumbre que produce la confianza en Dios, se refiere a la mansedumbre que produce la fe en el hecho de que estoy caminando en justicia y hago las cosas que a Dios le agrada. Hago lo que Dios quiere y viene la tormenta, pero puedo reírme porque sé que voy a pasar más allá del mal. ¡Mis circunstancias adversas quedarán atrás y yo iré adelante! Están esos chúcaros que dicen: “¡A mí nadie me va a dominar!” Pero el manso es apreciado por Dios porque es obediente al Señor. El manso tiene una tranquilidad que es la paz de Dios. El manso es bendecido por Dios. El manso no tiene ansiedad ni afanes; sabe que, aunque todo esté mal, le irá bien porque confía en Dios. Algunos creen que si son más rudos les irá mejor y dicen: “A mí nadie me va a dominar, nadie me va a pasar por encima”. Y Dios dice: “Dichosos los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. La dicha no se obtiene por comprar una casa, por tener un buen empleo o por conseguir un esposo o una esposa.
FELIZ QUIEN DESEA LA JUSTICIA
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). No se trata del Zorro, de Superman o Spiderman que son justicieros. La justicia es la voluntad de Dios. Todo aquello que es la voluntad de Dios es justo; y todo lo que está fuera de la voluntad de Dios es injusto. La justicia de Dios es muy sencilla. La Biblia dice que debemos cuidar de los niños, de las viudas, que tenemos que ser sensibles al hambriento, al débil y al cansado; y debemos ser benignos con el extranjero. La justicia de Dios es cuando no puedas seguir de largo cuando ves niños con hambre. Hambre y sed de justicia es ayudar al hambriento y darle aliento al cansado; es darle fe y esperanza al que la ha perdido. Cuando Dios te demanda amar a tu prójimo no te dice qué clase de prójimo porque puede ser que te demanda a que ames a un gran pecador. Hacer justicia es ir a predicarle el evangelio a los que están en las cárceles, a los más sinvergüenzas de la sociedad decirles: “Dios te ama y tiene misericordia de ti y puede perdonar tus pecados”. Nosotros no somos de los que dicen que los que están en la calle tienen derecho a estar allí y no se les da una mano. ¡Mira lo que es la justicia humana! Nosotros queremos llevarlos a los hogares Beraca y alimentarlos. Esas cosas son las que agradan a Dios y dice de ellos: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. No importa el trabajo que te dé hacer justicia, tú ya eres una persona dichosa por el sólo hecho de hacer aquello que a Dios le agrada.
Dice la Biblia en Hebreos 12:2: “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Jesús fue a la cruz soportando la burla, los azotes y el oprobio, pero vio el gozo después del tercer día. Yo soy fruto del sacrificio de Cristo. ¡El Señor está feliz! Él se sometió a la cruz y hoy está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.
FELIZ EL QUE ES MISERICORDIOSO
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Tú creías que la alegría te iba a venir por algún logro personal tuyo. La felicidad no está en el placer, la felicidad está en la vida recta y tiene sus raíces en Dios. Dios es misericordioso y hoy te dice: “Eres dichoso por cuanto eres misericordioso y alcanzaras misericordia”. ¿Qué es la misericordia? La palabra misericordia viene del latín misericordia formado de miser (miserable, desdichado), cor, cordis (corazón) y el sufijo -ia. Esta palabra se refiere a la capacidad de sentir la desdicha de los demás. Mi corazón se estremece por la miseria de otro. Es una expresión tan especial del amor de Dios en el corazón del creyente. Alguno dice: “¡Ah no, primero yo! Si no me amo yo, ¿Quién me va a amar?” El misericordioso tiene amor por el miserable, palpita con el dolor del miserable y Dios dice que esa condición le da felicidad. La persona que tiene esta condición camina con la confianza de que está haciendo las cosas que a Dios le agrada y el Señor lo va a recompensar. Ya tengo mi paga y no necesito bienes para lograr sentir placer o alegría momentánea. Yo vivo feliz porque sé que mi Dios no es deudor de nadie. Dios es el que me paga. Él es quien ha derramado su amor en mí y me envía, por lo tanto soy una persona dichosa. Bienaventurados los misericordiosos porque a la hora que necesiten misericordia Dios tendrá misericordia de ellos.
FELIZ EL DEL LIMPIO CORAZÓN
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). ¿Quién tiene el corazón limpio? Tiene el corazón limpio aquel cuyos pecados han sido limpiados y perdonados. No porque eres bueno o buena, es porque tu corazón está limpio. Y tienes que sentirte feliz de que Jesús lo hizo por ti. Él ganó para ti un corazón limpio y los de limpio corazón verán a Dios. La Biblia nos asegura que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. No olvides que la apostasía vendrá al corazón de aquellos que no conocen lo que dice la Biblia. Se volverán contra Dios los que no tienen la palabra de Dios en su corazón. Los que han creído en su palabra han sido perdonados de sus pecados y sus corazones están limpios, y ellos verán a Dios.
FELIZ AQUEL QUE ES PACIFICADOR
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). No habla de los pacíficos, esos que dicen que hacen todo el bien que pueden, que no molestan a nadie ni hacen mal, y que no se meten con los vecinos. La dicha no es para los pacíficos sino para los pacificadores y ser pacificador te lleva a derramar lágrimas, a sufrir y a arriesgar la vida por la paz. La paz se conquista por la espada de Dios que es su palabra y la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Pacificadores son los que actúan como Cristo y son guiados por el Espíritu Santo para hacer sus obras. El príncipe de la paz es Jesucristo y la paz no vendrá por la guerra sino por el Señor. Un verdadero pacificador es un guerrero de Cristo.
FELIZ EL QUE PADECE PERSECUCIÓN POR LA JUSTICIA
“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10). Los cristianos somos los más perseguidos del mundo y son miles los que mueren por la causa de Cristo en varias naciones del mundo. En Uruguay somos perseguidos por el solo hecho de ser cristianos. Se nos consideran que no podemos opinar acerca de nada, y que la gente que me escucha a mi es gente estúpida. Dicen que son tontos los que tienen fe y se dejan engañar fácilmente porque les lavamos el cerebro, que nosotros presionamos a la gente y los esclavizamos. Hasta donde yo sé, los que son de Cristo han experimentado libertad.
CONCLUSIÓN
¿Quién disfruta de la felicidad? Los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón. Parece una contradicción todo esto. Parece absurdo que esto te pueda traer dicha o felicidad, pero yo te digo que la palabra de Dios no miente y lo que el Señor dice es verdad. ¡Dios te dará alegría! Serás feliz en medio de la persecución, del hambre y la escasez, aun en medio de los temores. Dios me ha demostrado que Él cumple su palabra.
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5:22-12). Si crees esta palabra vas a experimentar la verdadera dicha y felicidad que no tiene origen en aquellas cosas que deseamos porque la verdadera felicidad la tiene Dios para cada uno de nosotros y la condición es que vivamos dentro de su voluntad. Jesús tuvo que padecer para alcanzar el propósito de Dios. Él hizo justicia y murió por lo pecadores. Estuvo ahí en el Getsemaní orando y luchando, porque allí libró la batalla más grande de su vida, traspirando gotas de sangre. Jesús sabía que se tenía que negar a sí mismo y tenía que hacer la voluntad del Padre para alcanzar la victoria, perdón, salvación y vida eterna para millones de personas a través de dos mil años. Fue grande la lucha de Jesús. Y todo paso por una renuncia cuando le dijo al Padre: “…pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Entonces fue a la cruz porque era la voluntad del Padre y estaba profetizado acerca de Él en el Salmo 40: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Le agradó ir a la cruz porque era la voluntad del Padre. ¡Menos mal que el Señor fue a la cruz y nosotros no tenemos que ir! Jesús abrazó su cruz renunciando a su propia voluntad, pero tú tienes que tomar tu propia cruz, así como dijo el Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24).
Tú también debes abrazar tu cruz y decidir si vas a sacrificar tu propia voluntad por hacer la voluntad de Dios. Tal vez te va bárbaro por ser cristiano y es que llevas una vida muy piola, pero no son “los piolas” los que van a disfrutar de dicha y felicidad, ni los que tendrán galardón en los cielos, sino los que hacen la voluntad del Padre.
Muchas son las cosas que no queremos dejar ni sacrificar; son muchas las cosas que no queremos que Dios toque. Y el Señor te dice: “Te quiero mío, te quiero mía. Entra a tu Getsemaní y llora que yo te voy a consolar. Toma tu cruz y sígueme que yo te llenaré de dicha. Yo voy a pagar y voy a pagar bien”.
Tienes que decidir si vas a renunciar a tu propia voluntad por hacer la voluntad de Dios; si decides por hacer su voluntad, dile al Señor: “Renuncio a mí mismo, como Jesús lo hizo en Getsemaní yo lo hago hoy. Padre, dame el Espíritu de Cristo. Hazme manso como Jesús y obediente como Él. Lléname de poder como a Jesús. Hazme humilde como Jesús, te abro mi corazón, Dios y me pongo en tus manos para que me uses. Yo sé que mi dicha y mi felicidad está en hacer tu voluntad Señor, amén”.
ANEXOS: