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INTRODUCCIÓN
La palabra de Dios es el alimento del espíritu, y así como necesitas alimentar tu cuerpo para estar fuerte, debes también comer palabra de Dios para tener una vida espiritual fuerte. ¡Tu espíritu tiene que estar fuerte! Debes estar consciente de la existencia de la función del propósito de tu espíritu. Los seres humanos tenemos espíritu; y tenemos un espíritu vivo aquellos que hemos sido regenerados, los que hemos sido perdonados de nuestros pecados y permitimos que Cristo gobierne nuestras vidas. Sin la vida del espíritu nuestra existencia pierde sentido y pierde dirección. Muchas veces el espíritu está debilitado, sufre alguna enfermedad o inanición por falta de alimento espiritual, y ese alimento espiritual es la palabra de Dios. Jesús declaró: “…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). La palabra de Dios es Espíritu que alimenta nuestro espíritu.
Leemos en Isaías 57:15: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”.
Si hace falta hacer vivir algo, es porque está muerto. Hay dos estados del espíritu: el espíritu muerto, y el espíritu con inanición y debilitado. Hay gente que tiene el espíritu muerto; y cuando hay algo muerto hay olor a podrido. Lo único que hay si el espíritu está muerto es carnalidad; lo único que hay es lo que piensa, lo que siente o desea el alma, y ésta no es el espíritu. El alma es con la cual nos hemos rebelado contra Dios. Por causa del alma nos hemos vuelto en enemistad contra Dios. El alma es el lugar donde se origina el deseo del hombre que es contra Dios y produce el pecado; y por consecuencia, el pecado produce la muerte.
Dice la palabra de Dios que el alma que pecare morirá (Ezequiel 18:20). Entonces, desde el principio, todo aquel que ha pecado ha muerto. Hay gente que camina, ve y oye, pero está muerta. Cuando arrancamos una rama ésta muere porque no circula más la savia del árbol. Las personas que no han sido vivificadas y renacidas en su espíritu están muertas, aunque respiren. Están condenadas a una muerte eterna. La Biblia dice: “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Si hay vida espiritual es porque Dios ha hecho renacer el espíritu por su poder y este poder es extraordinario ya que tiene que ver con la salvación.
En estos tiempos se ha vulgarizado esta palabra, pero hoy aprenderemos lo extraordinaria que es la salvación y cómo opera Dios para traer salvación a los hombres. Así que tenemos dos conceptos: primero hacer vivir el espíritu muerto; y segundo, vivificar el espíritu con inanición. Así como una persona necesita reanimación cuando sufre un paro respiratorio o porque se estaba ahogando, el espíritu necesita reanimación. A veces el espíritu está en un estado de inanición y necesita ser revivido. No sé cuál de las dos será tu condición.
DIOS HACE VIVIR EL ESPÍRITU MUERTO
El primer concepto es darle vida a lo que no tiene vida y en segundo lugar es vivificar el corazón de los quebrantados; alguien que ha perdido las fuerzas y a pesar de haber sido revivido en su espíritu no tiene fuerza, no tiene fuego ni el poder del Espíritu Santo.
En lo que respecta al espíritu muerto, hay varias referencias bíblicas que nos enseñan acerca de esto, por ejemplo, la charla que Nicodemo tuvo con Jesús, a quien el Señor le dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Nicodemo se rasca la cabeza porque no entendía lo que quería decir Jesús, entonces le pregunta: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” Jesús le hace ver que no se refería al nacimiento natural o de la carne sino de volver a nacer del espíritu, dando a entender que cuando el hombre comete pecado, su espíritu muere y el alma está condenada. Entonces le respondió Jesús: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6).
Tienes que dilucidar bien hoy si tienes vida espiritual o no la tienes. Puede ser que tengas vida espiritual pero los demás no lo notan, tampoco los demonios ni los ángeles. O sea que estás en el CTI espiritual.
En el libro de Ezequiel capítulo 37 hay un relato maravilloso de la Biblia que me motiva mucho. Dios le muestra a Ezequiel un valle donde había huesos secos, entonces, el profeta relata: “La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová.”
Aquí entramos en una especie de contradicción; este pasaje hace referencia a los huesos secos y Dios le dice al profeta que les hable a esos huesos secos. No es Dios quien le habla a los huesos, sino que lo manda al profeta que lo diga, lo cual es extraordinario, porque la boca del profeta se convierte en la palabra de Dios. Dios le dice al que predica: “Habla en mi nombre”. Y la boca del que lleva el mensaje se transforma en la boca de Dios; y cuando tu boca se transforma en la boca de Dios, lo que tú dices es tan poderoso como lo que Dios dice y suceden las cosas como cuando Dios hace que sucedan.
A continuación el profeta Ezequiel relata: “Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis…Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu”.
Los cuerpos seguían muertos. Pero ocurrió algo maravilloso; el profeta profetizó y así como habló, sucedió, cuando dijo: “Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová”. Pero no había espíritu en ellos, entonces Dios le dijo: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”. Luego relata el profeta: “Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo”.
Esto ejemplifica lo que pasa con la vida de aquellos que reciben a Jesús en su corazón, personas en las cuales el Espíritu Santo hace su obra; y también ejemplifica lo que ha sucedido con el pueblo de Israel. Porque al final Dios le dijo al profeta: “Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos”.
Israel había sido destruido, había sido conquistado, dispersado por las naciones y se mezclaron con otros pueblos. Ya no era el pueblo de Israel, y en el reino de Israel había dioses extraños. Las mujeres y hombres se habían casado con gente de otras naciones, y los del reino de Judá en el sur detestaban lo que había sucedido en el norte, en el reino de Israel; no querían saber nada con ellos. Hasta cuando Cristo llegó al mundo cuatrocientos años después, todavía los judíos detestaban a los samaritanos y no querían ni siquiera pasar por su territorio porque era gente contaminada e inmunda. A esa gente Dios le profetiza: “Yo los voy a juntar, cada hueso con su hueso; yo voy a poner carne, piel y tendones. Y eso es poco para mí. Voy a soplar mi Espíritu y van a vivir”.
Dos mil quinientos años pasaron desde esa profecía. Dos mil quinientos años Israel vivió sin bandera, sin himno nacional y sin estado; Israel vivió sin tierra y perseguido. Mataron seis millones de israelitas. No había reino, no había nación hasta el año 1948 cuando nace el estado de Israel y los israelitas de todo el mundo comienzan a regresar a su tierra. Eran seiscientos mil hasta el año 1948; hoy son nueve millones de israelitas viviendo en un territorio equivalente al departamento de Tacuarembó en Uruguay. Realmente los tendones han surgido, la carne subió y la piel cubrió por encima de ellos. Falta que se cumpla la segunda profecía, que venga el Espíritu de los cuatro vientos y sople sobre ellos para que viva espiritualmente la nación de Israel.
Esto es muy interesante porque es un paralelo, y como decía Morris Cerullo, toda verdad es paralela. Toda verdad en el mundo visible tiene un paralelo en el mundo invisible. Dios te encuentra muerto porque como dice la palabra de Dios: “Toda alma que pecare, morirá”. Cuando uno está muerto por causa de su pecado, no oye la voz de Dios. ¡Es como hablarle a una piedra! Pero lo maravilloso es que Dios dijo que para Él no hay nada imposible. Y si te encuentras a Dios hablándole a un muerto, tiene sentido porque el Señor les habla a los muertos y éstos oyen su voz. Parece ridículo, pero no hay nada difícil para Dios. Él, de la nada hace todo; de la oscuridad hace luz y de la muerte hace vida, por eso Dios les habla a los huesos secos y les dice: “Huesos secos oigan palabra de Jehová”.
Cuando Dios te encuentra a ti, tu audición está atrofiada, tu vista está atrofiada, por eso no lo ves y no lo escuchas; careces de entendimiento para entender a Dios. Puede ser que tu alma razone, piense, tenga lógica, pero estas cosas del alma no tienen nada que ver con Dios porque lo que es del hombre es del hombre y lo que es de Dios es de Dios. El Señor habla por su Espíritu al espíritu del hombre, no le habla al alma. Por eso es muy importante tu espíritu y éste debe gobernar; tu alma debe estar sujeta al poder que se mueve en tu espíritu. Tu espíritu tiene que estar vivo y tener el fuego de Dios, y tiene que obrar el Espíritu Santo en ti, con poder.
La enseñanza de la Biblia es la siguiente: Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Aquí parece que hay una contradicción. ¿Cómo puede un muerto creer? La persona está muerta y si logra creer, tendrá vida. ¿Puede un muerto escuchar la voz de Dios? Entonces surge una pregunta acerca de la salvación y hoy te quiero hablar de lo extraordinario de la salvación. La pregunta es: ¿Cómo es que Dios pone vida espiritual donde hay muerte espiritual? Tal vez tú crees en Cristo Jesús, crees que tus pecados han sido perdonados y que tienes vida eterna. ¿Cómo es que llegaste a la salvación? ¿Puede un muerto confesar sus pecados para que sean perdonados? La respuesta inmediata de un cristiano es: “Yo me arrepentí y le pedí perdón a Dios; entonces Él me perdonó”. Yo te pregunto: ¿Si le pediste perdón, estabas vivo o estabas muerto? ¿Si te arrepentiste, estabas vivo o estabas muerto? ¿Cuándo vino la vida? ¿Te arrepentiste y Él te dio vida o Él te dio vida y te arrepentiste? ¿Estabas muerto o no lo estabas? ¡Esto es lo grandioso de la salvación! Yo te estoy compartiendo este mensaje y el Espíritu Santo está hablando a través de mí. A algunos, este mensaje le resbala, pero hay gente que siente y piensa: “Dios me está hablando a mí”. A los que les resbala siguen iguales; o sea que hay muertos que oyen y hay muertos que no oyen. Hay huesos secos que tiemblan a la voz de Dios y hay huesos secos que no tiemblan.
Tengo que decirte que si has escuchado la voz de Dios, si te has arrepentido y has sido perdonado de tus pecados, es porque primero Dios hizo algo. No es que nosotros lo buscamos a Dios, así lo dijo Jesús: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…” (Juan 15:16). Tú no te podías arrepentir y pedirle perdón a Dios si Él no hacía algo antes. Dios les habló a los huesos secos y estos oyeron palabra de Dios. Le preguntas a un muerto que camina si es pecador y te dirá que sí, que todos somos pecadores y ¿quién no ha pecado alguna vez? Además, te dice que es mejor que los otros pecadores. Pero los que han sido vivificados por el Espíritu Santo te dirán: “Yo en un momento comprendí la gravedad de mi pecado, me arrepentí y le pedí perdón a Dios”. ¿En qué condición estabas cuando entendiste y confesaste? ¿En qué condición estabas cuando te arrepentiste? Estabas escuchando la voz de Dios y eras un muerto. O sea que Dios te ha elegido a ti y te ha hablado a ti, y ha despertado tu vida espiritual para que oigas su voz. Dicho de otra manera. Pablo dijo: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). Te dio vida cuando estabas muerto. Mientras estabas muerto no podías arrepentirte porque no entendías de tus pecados y no podías pedir perdón. Y Él te dio vida antes de que tú le pidas perdón.
La gran locura de la salvación es que la salvación y el perdón es iniciativa de Dios. Estando muerto en tus delitos y pecados, tú no puedes estar convencido de la gravedad de tu falta ni puedes estar arrepentido. O sea, Él viene, te despierta y te dice: “Oye palabra de Dios”. Tú escuchas palabra de Dios. ¡Un hueso seco! ¡Un muerto está escuchando palabra de Dios! ¿Qué pasa? Después que estás vivo tienes conciencia de la gravedad de tu pecado. Dice la Biblia que el Espíritu Santo nos convence de pecado, de justicia y de juicio. No convence a un muerto; convence a uno vivo. Esto significa que Dios te escogió. Él te hizo escuchar palabra de Dios y cuando Él habló, tú temblaste y tomaste conciencia de tu situación. Asistías a la iglesia, pero no te importaba nada; y un día, escuchaste la voz de Dios y dijiste: “¡Me está hablando a mí!” ¡El muerto escucha!
Por eso digo que Dios debe ser sumamente adorado y reconocido; Él es digno de ser alabado y exaltado porque cuando yo no era nada, cuando estaba muerto en mis delitos y pecados, me dio vida. Esto va contra la norma evangélica de que primero tengo que pedir perdón por mis pecados y arrepentirme. Primeramente, Dios le tiene que hablar a los huesos secos. El Señor me vio ahí tirado; había huesos de dos personas, pero me habló a mí y yo desperté. Y el de al lado no despertó; el de al lado no escuchó, estaba muerto. Yo también lo estaba, pero la voz de Dios me hablo a mí y yo oí.
Cuando yo tenía ocho años de edad le entregué mi corazón a Jesús. Estaba participando de un campamento de niños, había jugado y corrido todo el día, y al caer la noche estaba muy cansado. Estábamos alrededor de un fogón y un predicador invitado había traído un mensaje especial. Cuando el predicador comenzó a hablar yo me quedé dormido. ¡Me dormí todo el mensaje! ¡No sé qué predicó! Cuando terminó el mensaje, el predicador hace un llamado invitando a que pasaran adelante aquellos que querían que Cristo les perdonara sus pecados y querían recibir la vida eterna. En ese momento me desperté y dije: “Si Jesús no me perdona, me voy al infierno”. Empecé a llorar y le pedí a Dios que me perdonara. ¡Se despertó el muerto! No había escuchado qué predicó el invitado, lo que sé es que pasé adelante llorando y le dije a Dios: “Perdona todos mis pecados. Dame vida eterna”. Tenía apenas ocho años de edad y Dios despertó mi espíritu, aunque yo no había escuchado el mensaje. Pero no me puedo olvidar ese día porque ese día mi corazón fue de Cristo.
Es maravilloso el hecho de que Dios te haya escogido. Andabas en cualquiera, pero oíste la voz de Dios. Yo que era cristiano evangélico escuchaba algún testimonio de alguien que fue perdonado y decía que esa persona estaba bien podrida y yo no tenía ningún testimonio importante porque me crié en la iglesia y no andaba pecando por ahí. Si tenía que dar testimonio, ¿qué iba a decir? Que me crié en el evangelio, que nunca me tuve que arrepentir de nada serio. Pero vino Dios y me dijo: “Vos estabas muerto, bien podrido, bien seco y yo te hablé y te desperté”. ¡Qué maravilloso es el Señor! Dijo Jesús: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:25). No dice si se arrepienten y confiesan sus pecados entonces vivirán. ¡No! Los que oigan ya están en condiciones de arrepentirse porque el solo hecho de haber oído palabra de Dios cuando estabas muerto y perdido, es porque Él te ha escogido. ¡Dios te llamó! No había ningún mérito en ti. El mérito está en Dios. ¡La gloria es de Dios!
Lázaro fue resucitado, pero fue otro tipo de resurrección. Hay dos clases de resurrección, una es la de Lázaro, quien volvió a morir. Le llamaremos resucitación, como lo que hace el médico cuando reanima al paciente que hizo un paro. Pero la resurrección es vida espiritual y es vida eterna. Lázaro volvió a la vida biológica pero no entró en la vida eterna, sino que volvió a morir. Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Te habla de una vida que no entra en descomposición y no puede ser muerta; y la Biblia dice que esa clase de vida es vida eterna y es incorruptible. La vida biológica es corruptible y es seguro que cuando muere se la comen los gusanos. Pero la vida que Cristo te ofrece es vida eterna y nadie podrá arrebatarte jamás de su mano. Esto que te he hablado sugiere la vivificación del espíritu muerto. Lo que Jesús le enseñó a Nicodemo. Es necesario nacer de nuevo; volver a nacer, porque tu espíritu murió el mismo día que pecaste.
DIOS VIVIFICA EL ESPÍRITU DEBILITADO
El segundo concepto que te quiero exponer tiene que ver con la reanimación del espíritu o volver a activar el espíritu. A pesar de que hayas recibido vida eterna, puede ser que tu vida espiritual esté débil, agotada o agonizando. Cuando no te alimentas, bien te debilitas y se decae el ánimo. Al espíritu le sucede lo mismo. Cuando no lees la Biblia, cuando no oras, cuando no te congregas para escuchar palabra de Dios, tu espíritu se debilita. Te quedas sin fuerzas para orar y para leer la Biblia, y careces de visión de Dios. ¿Si no te alimentas qué fuerza podrás tener para meditar en los planes de Dios cuando por causa de tu debilidad tu espíritu está en el CTI? Y la obra tiene que ser hecha por el espíritu, porque a Dios no le agrada nada que haga la carne. A Dios le gusta lo que hace el espíritu. Lo que hace el espíritu es del espíritu y lo que hace la carne es de la carne, y Dios no acepta ninguna obra de la carne.
Leemos en el libro de Jueces 15:19 algo que le sucedió a Sansón: “Entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y salió de allí agua, y él bebió, y recobró su espíritu…” Toda verdad es paralela. Hay un agua que si la bebes entonces recobra fuerza tu espíritu. Si estás conectado con lo que te está diciendo Dios a través de mí, tu espíritu está siendo fortalecido. Y cuando el espíritu se fortalece, el creyente se planta en la verdad de Dios y ningún viento de doctrina lo mueve. Porque un creyente no es como una veleta sino quien tiene la mirada fija en la meta y sabe lo que tiene que hacer y entiende lo que no debe hacer porque el espíritu está vivo y no en CTI.
Quien no tenga el espíritu vivo hoy, debe entregarse a Cristo. Hoy te comparto palabra de Dios y espero que no te resbale. Hay cristianos que pasan días, meses y años y no tienen nada trascendente para hacer de parte de Dios; no conocen propósito de Dios. Su espíritu está muy débil y su carne muy fuerte. Oran a Dios y le piden ayuda en sus necesidades, pero sólo piensan en proyectos personales y no en los proyectos de Dios. Jesús dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Lo importante es lo invisible y lo eterno. No son tus planes lo importante; lo importante son los planes de Dios. Aprende a renunciar a tus planes para poder abrazar los planes de Dios. El Señor no puede mostrarle sus planes a quien está muy ocupado con los suyos propios.
Dijo Dios: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).
Dios tiene que quebrantar tus planes y romper tus proyectos para que irrumpan sus proyectos en tu vida.
Sansón se enamoró de una mujer filistea y fue debilitado cuando le descubrió el secreto de su fuerza. La unción de Dios estaba sobre Sansón. Los hombres, a veces nos olvidamos que toda la gloria y el poder son de Dios, que el respaldo de Dios está sobre quien lleva a cabo sus planes. Los filisteos buscaban prender a Sansón, y los de Judá se lo entregaron atado de manos con cuerdas nuevas. El libro de Jueces nos relata lo siguiente. “Y así que vino hasta Lehi, los filisteos salieron gritando a su encuentro; pero el Espíritu de Jehová vino sobre él, y las cuerdas que estaban en sus brazos se volvieron como lino quemado con fuego, y las ataduras se cayeron de sus manos. Y hallando una quijada de asno fresca aún, extendió la mano y la tomó, y mató con ella a mil hombres”.
Luego de su victoria le dio sed. Cuando miró para todos lados se dio cuenta que era hombre y era débil y no tenía que confiar en sus fuerzas, sino que debía buscar a Dios con todo su corazón, entonces continúa el relato en el libro de Jueces: “Y teniendo gran sed, clamó luego a Jehová, y dijo: Tú has dado esta grande salvación por mano de tu siervo; ¿y moriré yo ahora de sed, y caeré en mano de los incircuncisos? Entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y salió de allí agua, y él bebió, y recobró su espíritu, y se reanimó…”
Por el agua que Dios le dio a beber siguió siendo Sansón, si no, ese mismo día perecía a pesar de la gran victoria que había tenido. No puedes dejar de depender de Dios ni por un instante porque no es tu fuerza la que te sostiene, sino la suya. Es tu sustento. ¡Tú necesitas a Dios!
Esdras también nos relata: “Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamín, y los sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios para subir a edificar la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén” (Esdras 1:5). A veces Dios despierta; no es que resucita o que da vida espiritual nuevamente a un espíritu muerto. A veces Dios despierta el espíritu de alguien. Tal vez estás diciendo que esto es para ti. Estás con inanición espiritual, no tienes proyectos espirituales, no estás consagrado para hacer cosas espirituales; te creíste que tienes que hacer lo bueno, como ser cordial, no decir malas palabras, etc, pero eso no es suficiente. Tienes que entrar en los planes de Dios; debes hacer la voluntad de Dios. El Señor le muestra sus planes al hombre, y cuando el espíritu del hombre se despierta, este ve y entiende que Dios lo está llamando. Así surgió el proyecto del hogar de niños de Haití. En un momento nació el proyecto en el corazón y viajamos veinte uruguayos a construir el hogar.
Cuando estábamos allá no podíamos creer a dónde habíamos ido a parar. ¡Estábamos sorprendidos! Nos levantábamos al alba y nos reuníamos a adorar a Dios a la orilla del mar; allí cantábamos: “Yo no quiero estar aquí por obligación. Yo no quiero estar aquí por la bendición. Solo quiero estar aquí porque te amo”. Llorábamos al cantar esta canción porque era verdad. No teníamos sueldo, no lo hacíamos porque nos pagaban; pero tampoco íbamos por una bendición. Fuimos porque Dios nos había mandado; fuimos porque amamos a Dios. Yo le dije a Dios: “Señor, ¿qué estoy haciendo aquí? Yo estoy aquí porque te amo Dios”.
Mis hijas estaban por tener familia y yo estaba allá. Recuerdo que después mandé a mi yerno a Haití y en ese tiempo presentamos a Dios a su hijita Justina. Quiero decirte que hay un precio que pagar por poner a Dios primero, pero los que tenemos despierto el espíritu, lo que tenemos fuego en el corazón, nos deleitamos en hacer lo que Dios quiere que hagamos. ¡Su voluntad es agradable y perfecta!
Yo temo por la iglesia porque muchos están muy cómodos, y está profetizado que viene la apostasía. Aquellos que tienen su espíritu debilitado no van a oír la voz de Dios, no van a tener fuego ni conocerán los planes de Dios. Y esto está tipificado en la parábola de las diez vírgenes que salieron a recibir al esposo. Dice la Biblia: “Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas”. (Mateo 25: 2 al 9)
La Biblia dice también: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre” (Proverbios 20:27). El espíritu del hombre es la lámpara de Jehová. Ahora, cuando el espíritu del hombre, que es la lámpara, no tiene aceite, debe alimentarse y fortalecerse con el Espíritu Santo, que es el aceite de Dios.
¿Cómo me fortalezco? Oyendo palabra de Dios porque su palabra es Espíritu y es vida. Por lo que el Espíritu Santo entra a mi espíritu por la palabra. Tú escuchas el mensaje y se enciende tu lámpara. El aceite es el Espíritu Santo; el fuego lo produce el Espíritu Santo. Pero sin lámpara no hay Espíritu Santo ni hay fuego. Si hay fuego hay luz y Jesús dijo que nosotros somos la luz del mundo y no es nuestra propia luz la que alumbra sino la luz del Espíritu en nosotros. Cinco de las vírgenes estaban sin aceite; no oían palabra de Dios.
CONCLUSIÓN
Yo te pregunto: ¿Late tu corazón al oír la palabra de Dios o no? ¿Seguirás como estás? Había cinco vírgenes que tenían sus lámparas con aceite y a la hora que llegó el novio, las que tenían aceite tenían encendida sus lámparas, pero a las que no tenían aceite se les estaba apagando la lámpara. Estas últimas le pidieron a las que tenían aceite; a eso le digo unción prestada. Hay quienes viven de la unción de otros. Si el otro está, yo tengo vida, si se va, se me va también a mí la vida. Están acostumbrados a un pastor; cuando éste se va, se ponen mal. Trabajan con el pastor, son obedientes al pastor, pero carecen de fuego propio y si falta el pastor la persona se desorienta. A algunos les gustaría tener al pastor en el cajón de la mesa de luz para cuando lo necesiten.
¿Tienes aceite o no? ¿Tienes vida o no? ¿Tienes fuego o no? ¿Oyes la voz de Dios? Porque Él te está hablando en esta hora. No sé si eres de los que están muertos y hay que resucitarlos o si hay que reanimarte para hacer revivir tu espíritu. ¡Tú lo sabes!
¿Has escuchado palabra de Dios pedazo de muerto? Resucita los muertos, Señor. Tú le has hablado a los huesos secos. Sopla tu vida Dios, sobre los huesos secos. Yo te digo hoy de parte de Dios: “¡Huesos secos, oíd palabra de Dios!” Dile tú a Dios: “Señor, he oído tu voz. Estaba muerto pero oí tu voz. ¡Gracias Dios mío porque me has hablado! Te pido perdón por mis pecados. Líbrame Señor, te lo pido en el nombre de Jesús. Sopla tu Espíritu sobre mí. Enciende mi lámpara con tu Espíritu, Dios, te lo pido en el nombre de Jesús”. Si tienes el espíritu dormido y debilitado dile al Señor: “Pon aceite en mi lámpara. Despierta mi espíritu Padre, te lo pido en el nombre de Jesús, amén”.
ANEXOS: