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INTRODUCCIÓN
Jesús fue el iniciador de la revolución llamada cristianismo, y éste es un movimiento que ha dado la vuelta al mundo. Pero quiero enfocarme en Jesús quien fue el autor de todo este mover. Yo digo que fue muy inteligente porque después de más de dos mil años de haber muerto, Él había vislumbrado y proyectado qué es lo que iba a pasar con sus enseñanzas hasta los últimos tiempos.
El evangelio que Jesús predicó, sería predicado para testimonio de todas las naciones. ¡Y no le erró! Aunque se levantó inmediatamente el imperio romano para aplastar el cristianismo. A los cristianos los acusaban de haber incendiado Roma, como hoy nos acusan a nosotros de otras cosas. Los cristianos somos los culpables de todos los males. Sin embargo, me pongo a pensar en Jesús y digo que fue muy inteligente. En alguna universidad que otra, algún hombre famoso de la historia es enseñado como parte de una materia o filosofía, pero no hay tantos seguidores de esa filosofía como los seguidores de Jesús. Y se crean nuevas filosofías e ideologías, mas Jesús declaró: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
No hay palabras nuevas en el cristianismo, no hay enseñanzas o doctrinas nuevas, porque lo que dio origen al cristianismo es un fundamento que no puede ser movido. Nosotros somos de los que creemos que la verdad existe porque Dios la instauró y no la inventó el hombre, y esa verdad es inamovible, incambiable e insustituible. Yo hablo hoy lo mismo que Jesús habló en su época, y que los grandes predicadores han predicado en la historia hasta la actualidad. El fundamento sigue siendo la palabra de Dios. Así que hay algo poderoso en el evangelio. Pablo declaró: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Romanos 1.16). El poder que se mueve en el evangelio es el mismo poder que se movió hace más de dos mil años. No hay poder en las filosofías que se enseñan en las universidades, pero sí hay poder en el evangelio. Hay un poder que trasciende todo poder, un poder que levanta muertos, que sana enfermos, que libera endemoniados, que libera a la gente de ataduras de maldición. ¡Y el evangelio es la buena noticia de Dios!
Hay noticias en los medios de comunicación todos los días, noticias nuevas; pero el evangelio es la única noticia vieja y fresca que los cristianos predicamos por más de dos mil años y aún sigue vigente. Yo pienso en Jesús y se me agranda su figura. ¡Qué hombre ha sido éste que sus palabras hacen llorar a cualquiera que quiere un cambio de vida, y esa palabra lo quebranta y lo transforma!
Me maravillo en el Señor cuando pienso en lo que dijo: “…he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Cuando pienso que Él está conmigo, eso me da certeza, confianza y seguridad. ¿Cómo puede ser que un mensaje tan viejo sea tan actual? ¿Cómo puede ser que un mensaje que no tiene variaciones sea tan fresco en un tiempo en que cualquier cosa nos aburre en pocos segundos? Ahora se nos dice que los predicadores no podemos hablar más de veinte minutos porque aburrimos a la gente. ¡El poder de Dios no aburre! ¡La palabra de Dios no aburre! Y yo no te presento un mensaje novedoso para que te maravilles; es que el mensaje viejo es nuevo todos los días. Entonces pienso en Jesús y me admira por cómo habrá planificado todo para que el cristianismo esté tan fuerte y para que yo esté dispuesto a dar la vida por esto.
¿Estarías dispuesto o dispuesta a dar la vida por Cristo? Muchos, cuando la cosa apremia y hay que jugársela por Cristo, huyen. Yo quiero compartir contigo una reflexión que tiene que ver con el Getsemaní. Los cristianos en todo el mundo celebramos Semana Santa, aunque en Uruguay, por ley le han cambiado el nombre a Semana Criolla, Semana de la Cerveza o Semana de Turismo. Pero no han podido opacar el verdadero significado de esa semana. Y a mí se me llena el corazón al celebrar la semana más alta del año, la Semana Santa. La semana en la que conmemoramos el gran sacrificio de Jesús a favor nuestro.
ADAN vs JESUSCRISTO
Leemos en Mateo 26:36 en adelante: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”.
Esto aconteció en el Monte de los Olivos, específicamente en un lugar llamado Getsemaní que significa “prensa de aceite”, y en esto hay similitud con lo que vivió Jesús esa noche. He visitado el Museo de la Biblia en la ciudad de Washington, Estados Unidos; un museo que costó seiscientos millones de dólares y es el más moderno del mundo. Ese museo es un testimonio extraordinario en la capital más importante del mundo. Ahí podemos ver cómo la Biblia influyó en cada continente del mundo; ahí están las historias y los dichos de hombres importantes que han sido tocados por el poder de la palabra de Dios.
También hay un rincón que viene a ser una especie de barrio de la época de Jesús donde encontramos una prensa de aceite, la cual se compone de una piedra redonda adentro de otra, donde se colocaban las aceitunas y éstas se prensaban. El primer aceite que sale de esa molienda, que llega a triturar hasta el carozo de la aceituna, es el aceite de la unción. En Getsemaní fue Jesús prensado y estrujado; fue quebrantado hasta lo sumo. Un misterio aconteció en ese lugar que muchos no entienden, porque alguno pensaría que Jesús estaba mal porque lo iban colgar en una cruz, porque lo iban a azotar y otras cosas más, ya que Él sabía todo lo que le iba a pasar. ¿En qué estaría pensando Jesús? La Biblia hace referencia a una copa, por lo que Jesús intentó negociar un poco con el Padre, de tal manera que se muestra en el pasaje que hemos leído que Jesús tenía voluntad propia y evidentemente no era la voluntad del Padre, porque si no Él no hubiera orado: “pase de mi esta copa”. Jesús oró: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. El hecho de que diga que no se haga como Él quiere sino como Dios quiere, significa que el Padre tenía una voluntad y Jesús tenía otra. Todos tenemos una voluntad propia, pero la gran virtud del cristiano está en la decisión de sacrificar su propia voluntad para someterse a la voluntad del Padre. El gran quebranto, ahí es donde sale el aceite de la santa unción, cuando el creyente es quebrado para que no se haga su voluntad, sino que prevalezca la voluntad de Dios.
Hay dos hombres que representan la especie humana delante de Dios, uno fue Adán y el otro es Jesús. Y hay dos jardines: el jardín del Edén y el Getsemaní. En el jardín del Edén, Adán logró hacer lo que quería; éste se atrevió y pensó: “Quizás sea como dice la serpiente, que Dios no nos ha dicho toda la verdad y nos ha engañado”. Ahí fue cuando Adán decidió decirle no a la voluntad de Dios, porque el Señor había mandado no comer de un árbol específico. Y Adán dijo: “Voy a probar a ver qué pasa si como del fruto de ese árbol”. La Biblia habla de que Eva tomó la decisión de comer ese fruto, pero ella lo convenció a Adán. En ese jardín ocurrió que la voluntad de Dios fue confrontada; ahí fue donde el mandamiento de Dios se hizo nulo por causa del libre albedrío que tiene el ser humano. O sea, la libertad que Dios le ha dado de tomar decisiones a favor o en contra de lo que Dios establece. Y todos tenemos esa libertad, aunque el Señor nos aclara que todas nuestras decisiones tienen consecuencias, favorables o no. Así que es muy importante tomar seriamente las decisiones; es importante que sepamos tomar decisiones, no porque queremos, porque lo sentimos o pensamos.
Los creyentes no tomamos decisiones porque sentimos algo, porque lo pensamos o deseamos, sino que tomamos decisiones basados en la voluntad de Dios. Y nuestro fundamento es siempre la palabra de Dios. Lo que debe ser creído y obedecido es la palabra de Dios porque la palabra de Dios es la voluntad de Dios. Es ahí donde la voluntad del creyente se estrella contra la voluntad de Dios, y si el creyente entiende esto, queda quebrado en su voluntad para vivir en la voluntad del Padre. Por causa de su actitud Adán trajo maldición al mundo. Introdujo el pecado y la rebelión en el mundo, porque el pensar que puedo hacer algo contra la voluntad de Dios con tanta facilidad y no sufrir las consecuencias es no entender a Dios y desconocer la diferencia entre el bien y el mal. No es lo que yo pienso o siento el bien y el mal, tampoco es lo que me parece. El bien es la voluntad de Dios; el bien es la palabra de Dios. Y la palabra de Dios es su voluntad.
Nosotros oramos que se haga la voluntad de Dios así como nos enseñó Jesús: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Lo único que nos va a librar es la voluntad de Dios, y el bien y la palabra de Dios es la voluntad de Dios. ¡Lo que debe ser creído y obedecido es la voluntad de Dios! Adán pisoteó la voluntad de Dios porque la tuvo en menos. Lo que el Señor había dicho era lo bueno, porque lo que el Padre dice siempre es lo mejor. Sin embargo, de alguna manera, a través de razonamientos, pensamientos y deseos, Adán introdujo el pecado y con el pecado la muerte; y con la muerte introdujo la maldición abriendo puertas a los poderes del mal y entregando derechos a los demonios.
Tanto es así que, pasado el tiempo, un hijo de Adán mata a su hermano. ¡Se descontroló el bien! Se perdió la imagen de lo que es realmente bueno y lo que es malo. Entonces, los deseos de la carne se apoderaron de las personas; deseos influenciados por demonios. Así que, en cierto modo, Adán maldijo a toda la humanidad ya que Adán y Eva concibieron hijos según su naturaleza caída y todos nosotros nacimos pecadores. Esto no significa que nacimos con pecado porque no es así. Pero nacimos pecadores, con una naturaleza corrompida, desde Adán hasta el día de hoy. La maldad aparece en los niños, metida ahí en sus deseos e intenciones. Una de mis nietas con un añito de edad le jalaba de los pelos a su hermana más grande y la arañaba. ¡Con un añito! ¡Qué padres malos que tiene esa niña! Es que la naturaleza pecaminosa está ahí, lista para actuar sin el beneplácito de Dios. Eso sucedió en el jardín de Edén. Adán maldijo a toda la humanidad, librando el poder de los demonios en el planeta porque desautorizó a Dios, dándole autoridad a satanás. ¿Quién lo había inducido a pecar? Satanás.
Cuando obedeces el mal, entonces, abres puertas y le das derechos a los poderes del mal. ¿A quién le había dado derechos Dios? ¡Al hombre! ¿Qué hizo el hombre con esos derechos? Se los cedió a satanás. Cuando el hombre desautorizó a Dios autorizó a satanás sin entender las consecuencias que esto conllevaría. Ahora, en el otro jardín, en Getsemaní Jesús oró: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:36). En el jardín del Edén, Adán perdió todo; mas, en el jardín del Getsemaní, Jesús recuperó todo. No era la cruz, no era la corona de espinas, no eran los clavos ni los azotes; lo más terrible que tenía que beber el Señor fue la copa que contenía todas las maldiciones y pecados de toda la humanidad. Jesús no había conocido pecado ni maldición alguna, pero tenía que estar dispuesto a ser maldito por nuestra causa. La Biblia dice que Jesús fue hecho maldición por nosotros. También señala la Biblia que es maldito todo aquel que es colgado en un madero. Jesús, de acuerdo a la Biblia, fue maldito cuando lo crucificaron. El Padre le hizo beber la copa de todas las maldiciones y pecados de todos nosotros. Fue lo que Dios había determinado que debía suceder con su Hijo para redimir al ser humano de lo que había sucedido en el jardín de Edén. Lo que ocurrió en el jardín del Edén, ahora estaba siendo restaurado y restituido en el jardín del Getsemaní.
Jesús no había conocido pecado. Él vino de la gloria y no estimó ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse sino que se despojó a sí mismo para hacerse siervo, y estando en la condición de siervo, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. El gran fracaso de Adán fue la desobediencia; la gran victoria de Jesús fue la obediencia. Obediencia hasta la muerte. La Biblia afirma que toda alma que pecare morirá. Jesús no había cometido pecado, no podía morir, no lo podían matar a menos que Él aceptara esa copa que el Padre le daba a beber ya que era la voluntad del Padre que Jesús bebiera la copa de la condenación que le corresponde a cada uno de los seres humanos. En esa copa que bebió Jesús estaban esos pecados que tienes escondidos y que nunca se los has contado a nadie; en esa copa estaban las maldiciones y las consecuencias de tus pecados que te correspondía asumir a ti por causa de tus decisiones.
HAGASE TU VOLUNTAD
Dime, ¿cada decisión que has tomado fue porque se te dio la gana, porque te pareció o porque era la voluntad de Dios? ¿Le has dicho al Padre que deseas algo pero quieres ante todo que se haga su voluntad y no la tuya? ¿Te ha tocado tener un proyecto y que Dios te lo pida? ¿Has querido agradar al Padre que le ofrendaste tu proyecto? ¿Te ha tocado decidir poner a los pies de la cruz tu voluntad y tus deseos pidiéndole a Dios que se haga su voluntad y no la tuya? Lo que dijo y lo que hizo Jesús ha repercutido por los siglos, por más de dos mil años y aún sigue firme y vigente; y sigue salvando. ¿Por qué? Porque Él agradó al Padre, y Dios respalda todo lo que Jesús dijo y todo lo que hizo, porque el Señor fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
En Argentina tenemos a San Martin, en Uruguay a Artigas, en Chile a O`Higgins, más en el reino de los cielos tenemos a Jesús nuestro libertador. El gran triunfo de Jesús fue este: “Hágase tu voluntad y no la mía”. Y entonces, fue a la cruz, y por eso murió. Porque era la voluntad del Padre. Piensa por un momento las veces que te has encaprichado con hacer algo que no debías hacer y has llenado la copa de la ira de Dios; y has cosechado para ti condenación y muerte. Eso estaba adentro de la copa que Jesús debía beber; la maldición de muerte que te correspondía a ti. Hay un lugar que irías a conocer muy bien y es el lago de fuego y azufre, pero Jesús dijo: “No quiero que vayas. Yo quiero pagar el precio de tu rescate”. ¡Eso es redención! Redención es precio de rescate; justificación y liberación de alguien por decisión soberana de un soberano. Y Jesús dijo: “Padre, estoy dispuesto”. Adán no estuvo dispuesto a obedecer como lo estuvo Jesús. La diferencia entre la maldición y la bendición es la obediencia o la desobediencia.
Hay quienes pecan y encima le echan la culpa a Dios y tienen la desfachatez de decir: “¿Por qué Dios no hace algo para que yo no peque?” Esa es decisión tuya, ir a Getsemaní, arrodillarte, traspirar gotas de sangre y decirle a Dios: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. Para Jesús era más agradable no tener que beber la copa. Hasta el Señor tenía una voluntad propia, pero la virtud de Jesús fue renunciar a su voluntad para hacer la voluntad del Padre. ¿Fue importante la cruz? ¡Sí, fue importante! ¿Fue importante la resurrección? ¡Sí, fue muy importante! Pero créeme que esa noche, en el jardín de Getsemaní, se tomó la decisión más importante que alguien pudo haber tomado en la historia en el mundo. Quedó marcado el calendario un antes de Cristo y después de Cristo. Ese fue el hombre que agradó al Padre, del cual el Padre dijo: “Este es mi Hijo amado que me complace”.
Adán fue el hijo amado que decepcionó al Padre, pero Jesús fue el Hijo amado que agradó al Padre. Todo el que se acerca a Dios tiene que hacerlo como hizo Jesús y tiene que decirle: “Señor, quiero ser parte de tu reino. No me quiero quedar afuera. No quiero la condenación eterna ni el lago de fuego y azufre. Quiero aceptar por la fe que la copa que bebió Jesús me incluye a mí. Ahora sé que tu voluntad era que Cristo la bebiera para que yo no la tuviera que beber”.
Quiero compartir contigo unas apreciaciones que escribió un pastor amigo, Cesar Castellanos y que dice lo siguiente: Adán en el Edén originó el pecado y la maldición para la humanidad. Jesús en Getsemaní origino la redención de la humanidad. Adán menospreció la copa de la bendición, Jesús bebió la copa que contenía nuestra maldición. Hay dos sudores: el sudor que produjo el pecado de Adán. La Biblia dice: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan”. Y el otro sudor fue por el padecimiento de Jesús en Getsemaní de lo que la Biblia dice: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.
Adán tenía una buena relación con Dios, hablaba con Él. Hay algunos que en su vida han sentido la presencia de Dios y Adán, después de haber pecado, cuando Dios lo llamó, dijo: “Sentí tu presencia y tuve miedo”. ¡Aún después de haber pecado sentía la presencia de Dios! Esa era la relación que tenía con Dios. Adán fue conquistado por la serpiente. Jesús aplastó la serpiente; conquistó la serpiente. Adán contaminó la tierra con su pecado. Jesús bendijo la tierra con la sangre que cayó en ella. Adán perdió toda la bendición. Jesús recuperó toda la bendición. Adán comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Jesús comió el fruto de la obediencia. Adán siendo un hombre de barro quiso ser como Dios. Jesús siendo el verbo de Dios se hizo hombre para tomar nuestro lugar y llevar nuestro castigo. Adán decepcionó a Dios. Jesús trajo alegría al corazón de Dios.
CONCLUSIÓN
Mi deseo es que Dios pueda decir de mí: “Este es mi hijo amado que me complace”. ¡Que extraordinario sería el mundo si hubiera personas que cada día renunciaran a su propia voluntad para hacer la voluntad de Dios! Aunque la voluntad de Dios prevalecerá, la hagas o no la hagas. ¡Nadie podrá torcer la voluntad de Dios! Más vale que quien la enfrente a la voluntad de Dios será destruido. Muchos pensarán: “Yo nunca me enfrento a la voluntad de Dios”. ¡Sí! ¡Te enfrentas todos los días! Cada decisión que tomas cada día es a favor de Dios o en contra de Dios. Y los enemigos de Dios no prevalecerán.
Hoy se me agiganta la figura de Jesús. Se me llena el corazón de orgullo por ese libertador que murió en la cruz del calvario por mí. Dios no lo obligó a ir. Él en Getsemaní tomó la decisión de ir cuando declaró: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. ¿Has entendido hoy que no has estado haciendo la voluntad de Dios? ¿Quieres renunciar a la vida que estás llevando para vivir la vida que Dios quiere? Cuando Cristo decidió obedecer la voluntad de Padre, Dios acompañó esa decisión hasta el día de hoy. Respaldó el evangelio de Jesucristo porque el Señor fue obediente en todo hasta la muerte y muerte de cruz. ¿Será que quieres quedar incluido en la copa que bebió Jesús o quieres estar fuera? Todas las maldiciones que te corresponden soportar por tu conducta, por tu desobediencia, están en la copa que Él bebió, pero tú debes beber la misma copa. No tienes que ir a la cruz, pero debes tomar la cruz igualmente. Dijo Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24)
¿Cuál es tu cruz? ¡La del Getsemaní! Dile a Dios: Señor, he entendido que lo más importante es tu palabra. Mis deseos no son lo más importante, lo que yo quiero no importa; lo más importante es lo que tú quieres”. Y por haber hecho Jesús la voluntad de Dios se dice de Él: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2: 9 al 11).
¡El Padre lo hizo a Jesús Señor de todo! Porque Él renunció a todo, Dios le dio todo. Lo puso por cabeza de la humanidad como en algún tiempo fue Adán cabeza de la humanidad; ahora la cabeza es Cristo y el que tiene al Señor tiene vida eterna. ¡El evangelio es poder! El evangelio no es religión. El evangelio no es una cultura religiosa ni prácticas religiosas. El evangelio es poder de Dios y es presencia de Dios en la vida del creyente. Los cristianos asisten a la iglesia porque tienen expectativas de que se van a encontrar con Jesús, no porque tienen la obligación de ir a la iglesia. Los cristianos no ofrendamos porque se nos obliga a ofrendar sino porque sentimos gozo en hacer lo que a Dios le agrada. Los cristianos no diezmamos porque tenemos el deber de hacerlo, sino que diezmamos porque amamos a Dios y queremos agradarle. Los cristianos no amamos porque tenemos que amar; amamos porque para nosotros es un deleite amar con el amor de Dios a la humanidad. Esa decisión hizo posible que Jesús fuera a la cruz, ya no porque era la voluntad del Padre sino porque era su voluntad también. ¡Jesús hizo suya la voluntad del Padre! Cuando enfrentó la muerte ya no sólo era el Padre quien quería que fuera a la cruz porque también Él quería ir.
Ese sacrificio hizo posible que yo hoy te traiga este mensaje. Ningún poder del mundo me haría predicar a mí, si Cristo no hubiera tocado mi vida. Necesitas el perdón de tus pecados y ese perdón tiene también incluida tu decisión de renunciar a ti mismo para hacer la voluntad de Dios. ¡El Señor tiene planes y propósito para tu existencia! Si has estado peleando con Dios para que se haga tu voluntad, ¡olvídate! Aquí lo más importante es la voluntad de Dios no la tuya, así que arregla tus cuentas con Dios en esta hora y dile:
“Quiero tomar Padre, la decisión que tomó Jesús y decirte que ya no quiero que se haga mi voluntad sino la tuya, Señor. Quiero estar incluido en la copa que bebió Jesús. Yo creo Jesús que tú eres mi libertador y eres mi Señor, amén”.
ANEXOS: