Av. 8 de octubre 2335
Montevideo
WhatsApp:(+598) 095333330
La clave de “ser de Cristo” se encuentra en Gálatas 5:24: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. ¿Eres consciente de lo que significa entregarle tu vida a Cristo? No es sólo repetir una oración, es mucho más profundo. Hoy meditaremos en ello.
Recientemente estuve enseñando, que la Biblia habla de creyentes carnales, espirituales y también se refiere al hombre natural, éste es el hombre psíquico o almático. 1º Corintios 2:14 dice: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”; la versión RVR de 1909 traduce la palabra “psíquico” como “animal”. El hombre almático se traduce pues, como el hombre animal y actúa como tal, con vida animal pero no vida espiritual. Hablamos también del hombre natural, es decir, el hombre que vive conforme a los dictados de su mente, la que interpreta los mensajes conforme a su Yo o su Ego y también nos referimos al hombre espiritual que ha sido perdonado por Dios, su espíritu ha revivido, renacido y es un ser que comienza a entender las cosas de Dios a través de SU óptica o visión; Dios hace revivir nuestro espíritu para que éste se una a su Espíritu y entienda las cosas como El las ve. ¡Las cosas no son como tú las ves sino como Dios las ve! Asimismo nos referimos al creyente carnal. En el griego hay dos palabras para traducir “carne”, hay una expresión que significa carne, la que compramos en la carnicería, y la otra palabra es “sarkos” que habla de otro tipo de carne, habla de la naturaleza humana, se refiere al cuerpo de la persona. El apóstol Pablo, en los versículos que anteceden al que leímos, habla de los frutos de la carne, de los deseos de la carne y de la codicia de la carne. Dicen los versículos 19 al 21: “19Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Todas estas cosas son deseos del cuerpo, producto de la carne, y son recepcionados a través de los cincos sentidos: la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. Por ejemplo, Eva cuando fue tentada vio el fruto prohibido y lo codició. Por eso el apóstol Pablo los llama “los deseos de la carne”. Cosas que oímos producen codicia; codicia es deseo, sólo que una clase especial de deseo, no según Dios, no conforme al espíritu. Cuando el apóstol Pablo dice: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, está mencionando aquellos deseos que generan una infinidad de actividades sexuales inmundas que Dios detesta: Lujuria, fantasías lujuriosas, masturbación, prostitución, fornicación, adulterio, homosexualidad, lesbianismo, frigidez, ninfomanía, orgías, pornografía, exhibicionismo, sadomasoquismo, bestialidad, pedofilia, depravación, necrofilia, incesto, abuso sexual… y muchos más.
El pasaje que leímos al comienzo, dice que los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y sus deseos. Ser de Cristo, pertenecer a Cristo, haberle dado la vida, tiene un significado más profundo del que a menudo le damos. A veces no entendemos bien el real significado de abrirle el corazón a Jesús, creemos que es sólo repetir una oración; cuando no tienes entendimiento de qué es lo que Dios anhela en tu vida, te quedas con una vaga visión de qué es abrirle el corazón a Jesús. Para Dios no tiene el mismo significado que tiene para nosotros.
Hay una guerra abierta a muerte entre la carne y sus productos y el espíritu y sus productos. La vida animal o almática tiene una actividad tremenda que quiere conservar y la carne tiene deseos que quiere satisfacer, necesita independencia, a tal punto que los psicólogos la denominan “ego”. El humanismo es la carne manifiesta por excelencia, al declarar al hombre como señor de todas las cosas. Ellos aducen: “No hay Dios y por lo tanto no hay verdades absolutas; no hay alguien en el cielo que nos diga cómo tienen que ser las cosas, nosotros decidimos cómo hacer las cosas”. La carne quiere independencia, satisfacción, placer y no que le estén diciendo “esto está bien y esto está mal”. ¡La carne no entiende las cosas del espíritu! En todo caso cuando se ve perdida, trata de volverse espiritual, pero carne y espíritu son dos cosas muy distintas; cuando hablamos de carne hablamos del ser humano terrenal, de su cuerpo con su mente, voluntad y emociones. La carne puede orar muy bonito pero esas oraciones no tienen nada que ver con los deseos de Dios porque “la carne aunque se vista de seda, carne queda”.
Tengo que definir si mi vida será carnal o espiritual. Cuando estoy hablando de entregarme a Cristo y abrirle mi corazón a él, me estoy refiriendo a la clase de vida que estoy decidiendo vivir, estoy determinando qué voy a hacer con mi carne que incluye mi yo y mi ego.
Cuando la carne se ve perdida se disfraza de espiritual. A la carne le gusta la religión, al espíritu no. La carne sabe hacer muchas cosas que el espíritu también sabe hacer, pero no porque las haga la carne son del espíritu o son espirituales; la carne y el espíritu tienen dos esencias distintas, dos naturalezas distintas: La carne es de aquí abajo y el espíritu de arriba. ¡La carne no tiene chance de ir al cielo! La gran confusión del creyente es si lo que está sintiendo y viviendo es de Dios o de su carne. No nos quedan dudas que una persona que se emborracha no es espiritual, pero ¿qué es peor? ¿Un borracho o una persona que va a la iglesia, ora, canta, lee la Biblia como un santo pero es un carnal? La peor maldad no es la más visible sino la más sutil. La mejor mentira no es la más burda sino la que más se parece a la verdad. El más alto grado de maldad de satanás no está en sacrificar una mujer en su altar sino introducir algún “cristia-carne” en la iglesia y hacerle creer a los cristianos que es verdadero. Lo que tenemos que entender hoy es qué significa haberle dado la vida a Jesús.
A veces tenemos la idea que Jesús es un invitado en nuestro corazón. “Señor, ¿quieres un café, un té?” ¡Pero cuando Cristo entra a una vida lo hace para ser Señor! Cuando un creyente entiende el evangelio como lo debe comprender, el Espíritu Santo entrará para transformar completamente su vida, ¡nada quedará en pie! Si realmente Cristo ocupa el primer lugar en tu vida, ya las cosas no serán como tú las quieres. Algunos dicen: “Ahora entró Cristo, voy a conseguir una novia y voy a prosperar” creen que Cristo entra para traer confort, prosperidad y bendición a sus vidas ¡estamos muy equivocados! Jesús no entra a una vida para ser un huésped sino para ser el Señor. Cuando le pido a Cristo que entre en mi corazón, debo entregarle las llaves de mi vida y firmar un boleto de compraventa que diga: “Ya no soy mío sino tuyo, ya no mi voluntad sino la tuya». No es para que me vaya mejor y se cumplan mis deseos, es para que se cumpla en mi vida y en el mundo SU voluntad. Me transformo en un instrumento de Dios; El tiene sus planes en el planeta tierra y como no me pertenezco, él puede decidir sobre mi vida. El verdadero cristiano es una persona que ha entendido que ya su vida no le pertenece, que sus planes no van más ¡no hay ningún plan humano que Dios acepte! Dios tiene marcado el rumbo de toda la humanidad, El sabe lo que ocurrirá con todos los seres humanos y tú vienes a Jesús y le dices: “Aquí traigo mi plan, ¿te gusta?” Jesús te responderá: “¿Qué hacemos con tu pequeño plan?” Cuando vivías en la carne, estabas en tu pequeño reino, tú decidías a qué hora te levantabas, qué hacías, si pecabas o no, ¡era tu reino!
Venimos a Cristo pero con los papeles equivocados, pues El pretende ser el Señor de nuestra vida. Dios quiere instaurar una nueva dimensión (espiritual) en tu cuerpo carnal; Dios no te quiere obediente, bueno, sujeto, ¡Dios te quiere muerto, crucificado! ¿Qué hago con mi ego? ¡Crucifícalo! Recuerdo cuando estaba haciendo el servicio militar, se armó una discusión de arquitectura entre dos sargentos que no sabían nada del tema. Yo estaba en 5º de arquitectura y era soldado; me llamó uno de los sargentos y me hizo una pregunta acerca de la discusión. “Saqué pecho” y le respondí, demostrando mis conocimientos. El sargento le dijo al otro: “¿Viste? ¡Era como yo decía!”. Entonces a mí me gustó que me dejaran opinar y me quedé escuchando las barbaridades que hablaban. Les interrumpí para hacerles una observación y el mismo sargento que me preguntó, me replicó: “¡El soldado se calla!” ¡Yo no mandaba, mandaba el sargento!
Nada bueno hay en el hombre. El ser humano que pecó, está contaminado, no sirve, por eso el plan de rescate de Dios es poner una naturaleza divina en nosotros y crear un nuevo ser espiritual dentro de nuestro cuerpo, el que mientras tanto se va desgastando. El cuerpo carnal sirve para incubar la vida espiritual que Dios quiere llevar al cielo. Por eso el apóstol Pablo decía que aunque este hombre se va desgastando, el hombre espiritual se renueva de día en día. Dios quiere darte otro cuerpo mucho mejor; cuida tu cuerpo, en tanto sirve para incubar la vida espiritual de Dios, pero no hagas planes con él, porque no sirve, está condenado, eres polvo y al polvo volverás.
Cuando le pedimos a Cristo que venga a nuestra vida, le damos el título de propiedad, él se transforma en el dueño, el Señor, antes el ego era el señor pero ahora debe ser crucificado. Es inaceptable que la carne mande sobre el espíritu. El pertenecer a Cristo implica estar bajo la autoridad de Cristo, a su servicio, no mandamos nosotros sino que manda Dios. La idea de que cuando entra Cristo los problemas se terminan, no es correcta. Los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Así como Cristo se dio para ser crucificado por nosotros, ahora él nos pide que crucifiquemos nuestra carne, de modo que nuestros anhelos dejen de ser los nuestros, que nuestra mente no sea la nuestra sino la de El, que nuestras emociones sean las de El. ¡Es emocionante la posibilidad de pensar como Cristo! ¿No vale la pena el cambio? ¡Pensar como él piensa y sentir como él siente! ¡Dejar de pensar como se nos da la gana y pensar como él piensa! Nuestro problema más grande son nuestras pasiones y deseos; sé que hay personas conscientes de que Dios las está llamando, pero tienen miedo de obedecerle. Yo les entiendo porque pasé por lo mismo. ¡Sólo Dios sabe lo que me costó sacrificar y poner en el altar la arquitectura, mis planes y toda mi vida! Hasta el día de hoy, peleo entre mi voluntad y la de Dios. Tener a Cristo dentro, es tener el gobierno de Dios, el reino de Dios decidiendo por mi. Tengo que aprender a ser obediente y decir: “Señor, haré lo que tú quieras”.
Efesios 2:3 dice: “…todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”. Vivir en los deseos de nuestra carne nos constituye en hijos de ira. Si vivimos en nuestros pensamientos somos gente que está provocando a ira a Dios. ¡Algo tiene que pasar dentro de ti! ¡Tienes que dejar entrar a Cristo en serio! Los versículos 4 y 5 de este mismo capítulo dicen. “4Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo”. Dios que es grande en misericordia, te ofrece la gran oportunidad de salvarte con tal de que le entregues el señorío a él y crucifiques tus deseos. ¿Habrás entendido qué es crucificar tus deseos? ¿Habrás entendido que tienes planes que no son compatibles con los de Dios? ¿Será que estás haciendo cosas por las dudas sin saber si realmente son la voluntad de Dios? ¿Será que estás muy ocupado en determinadas cosas que no tienes clara la voluntad de Dios para tu vida? ¿Querrás venir a Jesús? Tienes que decidir si realmente estás viviendo la vida cristiana o tienes que dar un giro hoy. Si estás dispuesto, haz esta oración ahora mismo:
“Padre querido, te pido perdón, porque cuántas veces te pedí que entres en mi corazón, pero realmente no te entregué las riendas de mi vida, sino que hice mi voluntad, mis deseos, mis anhelos. ¡Perdóname Señor! Hoy realmente te entrego toda mi vida, haz de mi lo que tú quieras. ¡No te pongo más excusas! Sé tú el Rey y Señor de mi vida. En el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.
ANEXOS: