LA VIDA ETERNA Y LA SANGRE - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

LA VIDA ETERNA Y LA SANGRE

INTRODUCCIÓN

Les quiero hablar de algo que no es muy común que se hable. A veces tenemos la tendencia de hablar cosas que entretengan a los hermanos para que no se aburran. Tratamos de predicar más corto para que no se aburran. No más de 20 minutos. Después van y se miran un partido, dos horas, tranquilos. Estamos viviendo en un mundo donde se aprecia mucho lo que entretiene.

Quiero hablar de algo muy profundo, y se trata de la sangre. La sangre tiene una versión pecadora y una versión no pecadora. Pero aun así la versión pecadora es maravillosa y extraordinaria. Dios dijo, según leemos en el Antiguo Testamento, que la vida está en la sangre. Yo creía que la vida estaba en el corazón, que si algo dañaba el corazón se terminaba la vida. Pero, ahora que se sabe acerca de la cirugía a corazón abierto, ésto cambió mi visión del asunto. El término «cirugía a corazón abierto» significa que la persona está conectada a una máquina de derivación cardiopulmonar o a una bomba de derivación durante la cirugía. Su corazón se detiene mientras está conectado a esta máquina. Esta máquina realiza el trabajo del corazón y pulmones de las personas mientras su corazón se detiene para la cirugía. La máquina le proporciona oxígeno a su sangre; transporta sangre a través de su cuerpo y elimina el dióxido de carbono. No es el corazón. ¡La vida está en la sangre!

Hay un misterio extraordinario en la sangre y es que la sangre llega hasta la última célula de tu cuerpo, llevando nutrientes y oxígeno. El metabolismo es un conjunto de reacciones químicas (combustión) que se dan dentro de las células del cuerpo. Estas reacciones son las responsables de transformar todos los alimentos que se ingieren en el combustible necesario para llevar adelante las funciones vitales, desde respirar hasta moverse, y hacen posible que las células estén sanas y funcionen adecuadamente. En la combustión se queman los nutrientes dentro del organismo y a eso se le llama metabolismo; y para que haya combustión se necesita oxígeno. Donde no hay oxígeno no se quema nada.  Así que la sangre lleva los nutrientes y lleva también el oxígeno, pero además saca de tus células todo lo que no sirve. A través de la sangre se lleva la vida y a través de la sangre se saca el desperdicio. La sangre transporta hacia los tejidos del cuerpo, nutrientes, electrólitos, hormonas, vitaminas, anticuerpos, calor y oxígeno. Los glóbulos rojos suministran oxígeno desde los pulmones a los tejidos y órganos. Los glóbulos blancos combaten las infecciones y son parte del sistema inmunitario del cuerpo. Las plaquetas ayudan a la coagulación de la sangre cuando sufre un corte o una herida. La médula ósea, el material esponjoso dentro de los huesos, produce nuevas células sanguíneas. Las células de la sangre constantemente mueren y tu cuerpo produce nuevas. La sangre absorbe oxígeno del aire en los pulmones. Transporta el oxígeno a las células de todo el cuerpo, y elimina el dióxido de carbono de desecho de las células. En los pulmones, el dióxido de carbono se desplaza desde la sangre al aire y luego es exhalado. Por ejemplo, la anemia por deficiencia de hierro es un trastorno en el cual la sangre no tiene la cantidad suficiente de glóbulos rojos sanos que transportan oxígeno a los tejidos del cuerpo. La anemia por deficiencia de hierro se debe a la falta de hierro. Sin el hierro necesario, el organismo no puede producir una cantidad suficiente de hemoglobina, sustancia presente en los glóbulos rojos que les permite transportar oxígeno. Como consecuencia, la anemia por deficiencia de hierro puede hacerte sentir cansado y con dificultad para respirar. ¡Cuánta perfección hay en la creación de Dios! ¡Es un milagro la sangre! ¡Es increíble!

LA SANGRE DE JESUS NOS DA VIDA

No sé cómo algunos necios que no creen en Dios piensan que todo esto se formó así por casualidad.  Ahora, llevemos esto a la vida espiritual, porque la Biblia dice que la vida está en la sangre, y en la sangre de Jesús. Su sangre nos limpia de todo pecado y cubre toda herida. La función de la sangre en el cuerpo biológico es la misma función que la sangre de Cristo para perdonarte, limpiarte, darte vida, y que no te falte el oxígeno espiritual. La sangre de Cristo es el elemento más importante que opera en tu salvación. Y la Biblia nos enseña que cuando la sangre de Jesús es derramada sobre alguien, entonces en ese alguien opera la vida porque su sangre quita la muerte y toda enfermedad. Así como necesitamos biológicamente la sangre en buenas condiciones para que el organismo funcione bien, necesitamos la sangre de Cristo para que sean cubiertos todos nuestros pecados y para que opere la vida en nosotros. Así como la sangre lleva todo lo que hace falta a cada rincón de tu organismo, la sangre de Cristo trae a tu vida todo lo que necesita para que pienses bien, para que obres bien, para que hables bien, y para que camines bien. El operar de su sangre es la presencia misma de Cristo en el creyente.

Se habla mucho de la fe en Cristo, pero la Biblia también habla de la fe en la sangre de Jesucristo. El apóstol Pablo Escribió: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas” (Romanos 3:21).

Desde el génesis el hombre quiso independizarse. Recordemos que Dios mandó al hombre, diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Como desobedecieron, Dios dijo: “Ustedes quieren conocer el bien y el mal, bueno vamos a ver cómo lo hacen”. Y les dio leyes, como: no mentirás, no dirás falso testimonio, no adulterarás, etc. Pone la ley para que el hombre conozca el bien, pero por causa de su desobediencia, aunque conozca el bien, no puede hacer el bien. A los que se apoyaban en la ley les dijo Pablo: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?” (Romanos 2:21 al 23).

La ley no tiene poder para limpiarte ni para perdonarte; la ley te marca que eres un pecador y que no puedes dejar de pecar, porque en ti no está el bien, sino el mal. Por causa de haber desobedecido a Dios se contaminó la sangre y hay impureza en ella. Hemos heredado de Adán y Eva el aguijón del pecado y aunque conocemos el bien a través de la ley no tenemos acceso al bien por cuanto nuestra naturaleza es pecaminosa y no puede agradar a Dios porque está contaminada. Digo esto porque hay muchos creyentes que quieren agradar a Dios con lo que dicen o hacen. Para yo justificarme que soy mejor, trato de señalar al otro que es peor que yo y ni siquiera distingo que yo soy peor que aquel que quiero ensuciar. Por ahí viene alguien que me dice, “apóstol, ya estoy bien; hace tres meses que no me drogo”. No hay ningún mérito en dejar la droga, no hay ningún mérito en dejar de mentir. Si dejas de mentir y si dejas de robar, y si dejas de adulterar es porque opera algo superior a ti dentro tuyo, y ese es el poder de Dios. Si algo bueno hay dentro de ti, es de Dios, no es tuyo, no te jactes.

Cuando dices que hace meses que no te drogas ya te pusiste orgulloso, ya pecaste y estás al borde de ser tentado para volver al cigarrillo, a la droga, al alcohol, a lo que sea. Piensas que ya lo has logrado y entonces quieres seguir con tu vida, pero no ha habido un cambio esencial adentro de su corazón. Ahora, dice el apóstol Pablo, “aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él”. Así que hay una pureza que es espiritual y que se manifiesta a través de Jesucristo. Y hay una pureza legal que no puede manifestar el bien, solamente puede señalar lo que está bien y lo que está mal. Pero la ley no tiene poder para darte la clase de vida que estás necesitando, porque la clase de vida que vos estás necesitando para hacer el bien es la que tiene que ver con la sangre de Cristo Jesús.  Aquí ya no se trata de qué es lo que hago ni qué es lo que digo, sino qué es lo que creo por lo que tengo acceso a esa justicia de Dios que es por la fe en Jesucristo. Cuando crees, hay algo que endereza tu mente, tu corazón, y aun tu lengua. Es precisamente lo que ocurre cuando la sangre de Cristo es aplicada a tu vida, porque la vida está en la sangre de Jesús y es su sangre la que trae la vida de Jesús adentro de tu corazón. Entonces, Pablo escribió a continuación: “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. No hay quien pueda decir, yo he hecho las cosas bien. Tú que te justificas diciendo: “Porque aquel dijo, porque aquel me hizo”. “No puedo soportar la injusticia”. “Esto que me pasa es una injusticia”.  

¡No te puedes justificar! Todos somos condenados por cuanto todos hemos pecado, y lo que necesitamos, no es cumplir la ley, sino la gracia y el perdón de Dios que viene por la justicia que es por causa de la fe que es en Cristo Jesús. Así que hay dos fuentes de justicia, una es la ley y la otra es la gracia; una es la ley escrita en papel digamos y la otra es la ley escrita en nuestros corazones por obra del Espíritu Santo.

Mi papá era un fumador empedernido, tanto que perdió la voz, y un médico le dijo que si no dejaba de fumar le iba a venir un cáncer y se iba a morir. Lo asustó tanto que mi papá dejó de fumar. Por la gracia de Dios mi papá conoció el Evangelio y pudo entender que no era el hecho de que él le había obedecido al médico, sino que el favor de Dios operó sobre su vida. Dios lo puso a Cristo como propiciación. La justicia de Dios requiere un acto que lo satisfaga y como Él es justo demanda justicia. Y por cuanto no hay ningún justo y todos son condenados, Él puso a su Hijo amado, a Jesucristo, como propiciación. Ver a su hijo morir en la cruz del calvario derramando su sangre por nosotros le produjo a Él la satisfacción que reclamaba su justicia.

Dios te ama y te quiere salvar, pero su justicia reclama que haya un acto que lo satisfaga y como nadie se puede justificar a sí mismo, dijo: “Yo los voy a justificar por medio de la fe en la sangre de mi Hijo Jesús”, que según dice la Biblia en Romanos 3:25 y 26 “…a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.

El apóstol Pablo se ocupa de demostrarle a todo el mundo que no hay justo ni a un uno, esto lo encontramos también en el Antiguo Testamento, y lo podemos leer en los versículos anteriores del capítulo 3 de Romanos. Cuando David, que había pecado estaba siendo condenado por el profeta que le dijo que había mandado a la muerte a su siervo para quedarse con su mujer; se humilló delante de Dios pidiéndole perdón. David conocía la gracia del Señor por cuanto escribió: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad” (Salmo 32:1 y 2). No es que antes eras un mentiroso y ahora dejaste de serlo, no es sólo un cambio de conducta; necesitas ser perdonado de todos tus pecados. Los que cometiste y los pecados futuros te condenan, a menos que opere la sangre preciosa de Jesús y la gracia de Dios manifieste su justicia a favor tuyo por medio de la fe en la sangre preciosa de Jesús. No son bienaventurados los que no han cometido iniquidades, porque todos hemos cometido iniquidades. Entonces dice David dichoso el hombre a quien tú perdonas, dichoso aquel a quien tú no inculpas de pecado. Si no tienes pecado es porque el Señor te ha perdonado, no porque decidiste cambiar tu conducta. Es la gracia de Dios que opera en tu vida, que cubre tu pecado. El pecado ya ha sido borrado, fue condenado, y tú fuiste restituido y justificado por la gracia de Dios porque operó la sangre de Jesucristo. Tú puedes llegar a tener una paz tal, que, aunque el diablo se manifieste en tu cara y te diga: “Sos un pecador. ¿Te acordas de esto, te acordas de lo otro? Entonces le podrás decir al diablo: “¿Te acordaras que yo le entregué mi pecado a Jesús y ya Dios no se acuerda de ellos porque los ha enterrado en lo más profundo del mar?”.

CONCLUSIÓN

El diablo siempre va a querer recordarte lo malo que eres y todo lo malo que has hecho; y tú vas a tratar siempre de justificarte diciendo que hay uno peor que vos, que la culpa es de tu papá que te pegaba, que la culpa es de tu esposa, que te mintió, etc.  No necesitas justificar tu pecado porque el que te justifica es el Padre, por su justicia que es por la fe en la sangre de Jesús. Es tan grande el amor de Dios por tu vida, que satisfizo su necesidad de justicia sacrificando a su propio Hijo en la cruz del calvario para poder salvarte a ti. Porque no había otra manera de que tú seas salvo. El único acto que satisface la justicia de Dios es la muerte del pecador. ¿Qué hizo Dios? Tomó tu pecado y lo cargó sobre la espalda de Jesús; lo hizo pecador por nosotros para que nosotros pudiésemos ser justificados por su sangre preciosa.

Tú has estado confiando en tus buenas obras y en tus argumentos, y has estado justificándote por el hecho de que ahora ya no haces más aquello que hacías y crees que ya estás bien con Dios. Pero el único que está bien con Dios es aquel que ha puesto su fe en la preciosa sangre de Jesús. Si no crees correctamente, no hay cielo y no hay eternidad para ti. Tienes que estar eternamente agradecido que tu salvación no depende de ti, sino que depende de tu fe en aquel que te justifica. Todo lo que Dios quiere es que pongas tu fe en ese acto soberano al entregar a su propio Hijo para rescatarte a ti, para que, si crees, entonces, no seas culpable de pecado. Jesús se hizo culpable de todo tu pasado, de tu presente y de tu futuro, y se presentó al Padre como un sacrificio.

El propiciatorio era el lugar donde se ponían las ofrendas y se sacrificaba un animal, y se derramaba la sangre para que Dios transfiriera el pecado del ser humano al animal; pero todo eso era sombra de lo que vendría, el derramamiento de la sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Si sigues sin ser justificado por Dios, eres pasto del infierno, de lo cual Jesús dice que el fuego nunca se apaga y el gusano no se muere. Si sigues sin perdón, estás condenado. Si estás cubierto con la sangre de Jesús porque has creído en Él, tienes vida eterna. La sangre de Cristo te sustenta y te trae todas las vitaminas y todo el poder y el oxígeno espiritual que necesitas para la vida.

Si no has experimentado el perdón de Dios a través de la sangre de Jesús, éste es el día en que tienes que acercarte al Señor y pedirle que te perdone. Bienaventurado aquel que no es inculpado de pecado, dichosos aquellos que han sido perdonados. Dile al Padre en esta hora: “Cúbreme con la sangre de Jesús. Confieso hoy mis pecados con mi boca y creo en el poder de la sangre de Jesús que me limpia. En esta hora soy perdonado, soy limpiado, soy justificado. Y tú, Padre, hoy te alegras que hay salvación para mí. Gracias Señor, amén.

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