LA MORADA CELESTIAL - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

LA MORADA CELESTIAL

INTRODUCCIÓN

Leemos en 2ª Corintios 5:1: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”. Tenemos la tendencia de dejarnos impactar para que nuestra alma sea herida y se llene de temor y angustia al fijar nuestra mirada en lo que se ve, pero ignoramos lo que no se ve.

Hay un refrán que considero satánico y dice: Ver para creer. ¡No lo digas más! El mundo dice ver para creer, mas Jesús te dice, cree y verás la gloria de Dios. Es en base a lo que se cree que Dios actúa. Lo espiritual sucede cuando hay fe. El versículo citado comienza diciendo, “porque sabemos”. Y esto no es lo mismo que decir, “porque pensamos, porque nos parece o porque estamos casi seguros”. ¡No! Porque estamos seguros, entonces decimos que sabemos.

Las cosas espirituales que provienen de la fe son certeza. La Biblia dice: “Es pues la fe la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”. Cuando digo que sé, estoy afirmando y no estoy dudando. Dice la Biblia, “sabemos que si nuestra morada terrestre”; tenemos una morada terrestre que no es el lugar que tenemos en nuestra casa; nosotros vivimos en un cuerpo. Un ser humano es un alma que habita en un cuerpo, y el autor lo llama “tabernáculo”. El tabernáculo era un templo desarmable, hecho con columnas de madera, cueros de animales y telas especiales pintadas, y que el pueblo de Israel trasladaba por el desierto. Ese era el tabernáculo de reunión donde la presencia de Dios se manifestaba en medio del pueblo. Pero era provisorio. Hasta que llegaron a la tierra prometida y lo establecieron en un lugar que se llama Silo.

El apóstol Pablo nos habla de una morada terrenal provisoria. Entonces, si este tabernáculo se deshiciere, y está hablando de la muerte, tenemos de Dios un edificio. Dios tiene para nosotros un edificio, una casa no hecha de manos, de ladrillos o de madera. Jesús dijo que iba a preparar morada para nosotros.

LA ETERNIDAD SE ESTÁ GESTANDO DENTRO MÍO

Cuando yo veía estos versículos pensaba cómo será la casa que Dios me va a dar allá, entonces me imagino unos edificios con las ventanas, etc.; pero aquí me doy cuenta que ese tabernáculo glorioso y eterno es el Jorge Márquez que Dios ha gestado o engendrado en mi corazón. Un día yo le entregué mi corazón a Jesús y le pedí perdón por mis pecados. Yo tenía ocho años de edad y estaba llorando, y no entendía por qué lloraba tanto, pero tenía dentro mío la convicción terrible de que yo era un pecador y que necesitaba el perdón de Dios. ¿Quién iba a decir que ese niño hoy tiene 72 años y predica el mismo evangelio que recibió cuando tenía 8? Así como se le llama casa o tabernáculo a nuestro cuerpo biológico que alberga nuestra alma, también ahí está invisible y escondido el nuevo ser espiritual que Dios genera el día que Dios perdona nuestros pecados y nace una nueva criatura, pero que ya no es carne, sino que es espíritu. Ahora que yo he creído y que mis pecados han sido perdonados, además de tener alma tengo espíritu que se está gestándose como un niño se gesta en el vientre de una madre. Y ese tabernáculo espiritual va creciendo a medida que el tabernáculo visible se va desgastando. Un día Dios va a parir un nuevo Jorge Márquez, aunque todavía está en gestación. Ese Jorge Márquez que está en el vientre de este tabernáculo, puede oír la voz del papá, puede escuchar la música, puede imaginarse los ángeles, puede ver y entender que hay demonios en ciertas circunstancias. Puedo entender que no se trata de pelearme con mi esposa porque lo que está afectando mi relación con ella no es ella sino un demonio. Todavía no ha visto la luz ese Jorge Márquez que Dios engendró cuando yo tenía ocho años. Pero la morada en la que yo estoy viviendo, que es este cuerpo donde está mi alma y donde está mi espíritu; ese templo o tabernáculo va creciendo, se va arrugando y se va desgastando. Sin embargo, el de adentro sigue creciendo y se alegra porque pronto verá cara a cara a Jesús. Así que dice el apóstol Pablo, si este tabernáculo temporal se deshiciere, tenemos de Dios hecho un nuevo edificio, no hecho por manos humanas, sino una morada eterna en los cielos en la que vamos a vivir y no se trata de una casa, se trata de mí mismo. Esto puede confundir porque, dime si tú tienes certeza de que vas a estar viviendo en el cielo.

Apocalipsis 21:2 dice: “Y yo Juan vi la nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. Entonces esa nueva Jerusalén desciende donde están los habitantes que son la casa en la que Dios vive porque ya no somos seres individuales; somos un solo cuerpo somos uno en Cristo. Escribió Juan: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”.

Cuando dice ver la nueva Jerusalén descender del cielo, también dice que venía el tabernáculo de Dios con los hombres que es Cristo. La presencia de Dios habitando en la nueva Jerusalén; en la nueva tierra con un nuevo cielo. ¿Dónde será esto? Aquí en la tierra. Ahí estará Dios y estaremos nosotros gobernando juntamente con Cristo. ¿Por qué predico esto? Porque estoy intentando que los creyentes pongan su mirada en las cosas celestiales que van a suceder, porque lo que sucede aquí abajo es horrible y lo que va a suceder será aun peor. Pero nosotros tenemos esperanza de que las cosas van a ser como Dios ha dicho. Aquel que ha recibido el perdón de sus pecados debe vivir en paz, gozoso; no puede estar ansioso y temeroso sino más bien confiado en la palabra de Dios.

Jesús les dijo a sus discípulos: “No temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). ¡No tengas miedo! Tú perteneces a Dios y tu cuerpo es una habitación de barro, que puede estar o no, pero tú te tienes que asegurar que eres de Dios, que ha perdonado tus pecados, que eres una nueva persona engendrada por Él. Así leemos en Juan 1:12: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. La tierra y el universo visible que tenemos va a ser deshecho, y va a haber un universo nuevo y eterno. Habrá nuevas personas, pero no serán perecederas, y ya está gestándose adentro de ellas la eternidad. Dice el apóstol Pablo a los corintios: “Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos”. Pon la mirada en las cosas invisibles, porque las cosas invisibles son eternas.

Hacemos un gran esfuerzo para cuidar nuestro cuerpo y no está mal, pero nuestro cuerpo no es eterno. Te quiero empujar a contemplar la eternidad, a contemplar lo invisible y a alegrarte. Yo, con 72 años ya estoy para dar el salto. ¡Me encanta saber que cuando se deshaga esta morada temporal y terrenal, tengo otra morada de Dios, una morada celestial y eterna! Gemimos deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial. Desde que nacemos estamos contaminados con tanta cosa visible, captadas con los las antenas del cuerpo que son los cinco sentidos. Estamos muy condicionados a lo que esperamos en esta vida terrenal tangible.

Cuando mis hijas eran chicas y yo predicaba que Cristo iba a volver y nos iba a llevar; las dos me decían: “Papi, pero que no venga todavía que yo me quiero casar y quiero tener hijos”. Ahora que ellas se casaron y tuvieron hijos, me lo dicen mis nietas. ¿Qué quiero decir con esto? Que cuando estás viendo lo invisible, ¿qué importa si te casas y no te casas, si sube el dólar o no sube el dólar? Lo que viene después de todo es lo mejor y es lo eterno. Pablo nos dice que gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Cuando Dios se hace presente en tu vida te transformas en una persona gloriosa y ya no se ve la suciedad que hay en ti, sino que se ve la gloria de Cristo en ti. Somos revestidos con la naturaleza de Cristo. Ese nuevo ser que ya está engendrado dentro de los que han creído tiene el ADN de Cristo, su sustancia y su gloria.

Dice la Biblia que, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Las antenas del cuerpo nuestro son nuestros sentidos, por ejemplo, nuestros ojos, pero no tienes que ver solo lo que perciben tus ojos; tienes que poder ver por el espíritu lo que hay detrás, lo invisible que no se percibe a simple vista. También, Dios te da una naturaleza nueva que te permite oír a las cosas que son eternas. No oigas solamente con tu oído porque esos según dice la Biblia son solamente oidores y no hacedores de la palabra y no van a ir al cielo. Gemimos por ser vestidos, para que no se vea nuestra vergüenza. En los demás se va a ver todo lo que es un ser humano no perdonado y no regenerado.

Dice la Biblia que nosotros hemos sido revestidos de Cristo. Él está ocultando todos tus pecados; es más, los ha enterrado y ha puesto su sangre sobre ti. Vuelvo a enfatizar, mientras este hombre exterior terrenal se va desgastando no obstante el que Dios ha engendrado dentro de nosotros va creciendo y se va fortaleciendo hasta que lo mortal sea absorbido por lo inmortal. Lo temporal desaparece y queda revestido de todo lo que es eterno. Tendrías que avergonzarte por estar preocupado por el sueldo, por lo que te falta o lo que deseas en la vida y decirle: “Señor, perdóname. Gasto tanto tiempo en estas pavadas, en mis temores, en mis angustias, en mis recuerdos”.

¡No mires atrás! ¡Lo mejor está delante! La fe es la certeza de lo que se espera; es lo que viene, no lo que fue. En 2ª Corintios 5:4 y 5 leemos: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu”. Las arras del Espíritu, significa, la evidencia del Espíritu, el testimonio del Espíritu de Dios en tu vida para que no vivas dudando. Porque el Espíritu Santo te da a ti testimonio de que eres Hijo de Dios. Tú necesitas la presencia del Espíritu Santo en tu vida. Dice Jesús que el Espíritu Santo es quien nos guía a toda verdad, es nuestro maestro, es la luz que alumbra nuestro camino. “Así que vivimos confiados siempre, sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo estamos ausentes al Señor”, dijo el apóstol Pablo. Mientras estamos en este cuerpo no lo veremos al Señor, mas cuando estemos revestidos del otro cuerpo le veremos cara a cara. Es Cristo en nosotros la esperanza de gloria. Es porque Cristo te cubre y te reviste que tú podrás mirar cara a cara al Padre. Y agrega Pablo: “(porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2ª Corintios 5:7 al 10).

Este cuerpo es como una semilla que, al enterrarla, la cáscara se pudre o se descompone; y de adentro de esa semilla surge una nueva vida, germina una planta o un árbol. Todo lo que ves, todo lo que oyes entra a tu alma por esa antena que comprende los cinco sentidos, como lo son la vista y el oído, además del tacto, el gusto y el olfato. No te dejes afectar por nada de lo que perciben tus cinco sentidos. Muchos creen que porque tienen una buena conducta o porque son religiosos; porque tienen buenas costumbres y buenos valores se van a salvar. Yo te quiero decir que, aunque seas la persona más culta, más prudente para hablar, aunque seas buena persona en todo el sentido de la palabra, igualito te puedes ir de patitas al infierno porque no te salvas por tu buena conducta, no te salva tu elocuencia ni los valores que cultivas desde la niñez. Porque la salvación es espiritual y la salvación la da Jesús. Por muy buena persona que seas, tu carne es solo carne y la carne solo sabe producir pecado. Puedes cantar lindo, orar lindo, y hasta ofrendar mucho, pero eres solo carne. La salvación tiene que ver con una nueva naturaleza espiritual que solamente la puede engendrar Jesús y solamente viene por la fe en Jesús. Cristo busca a los peores, lo vil y menospreciado. Cualquier persona mala, al levantar su mirada al cielo puede ser salva.

CONCLUSIÓN

Me pregunto si tienes conciencia de que eres realmente un pecador condenado y que tu alma no te va a salvar. Tu alma tiene intelecto, tiene memoria, sentimientos y pensamientos; tu alma tiene emociones, pero no puede hacer nada espiritual, porque la Biblia dice, el alma que pecare, esa morirá. Y no hay uno solo, dice la Biblia, que sea digno de la salvación. Si hubiera uno solo que fuera bueno no hubiéramos necesitado que el Hijo de Dios venga a la tierra a salvarnos. Ese que era tan bueno nos podría salvar a todos, pero no hay ni uno. Y a mí no me salvó un hombre. ¡Me salvó Cristo!  Se perdió la imagen y la semejanza de Dios en los hombres, pero Cristo vino y la recuperó.

Hay personas que confían en que por los años que llevan asistiendo a la iglesia y sirviendo ya tienen el cielo ganado ¿Crees que servir en la Iglesia te salva? Dios no te debe nada a ti. Tú le debes todo a Él.  Porque siendo que tú estabas condenado y condenada, Él te amó. Hoy estamos delante de ti, Señor, traemos delante de ti nuestro tabernáculo que está desgastado, cansado, afligido; nuestro tabernáculo agotado, debilitado, derrotado para que nos revistas de tu Espíritu. Dile al Señor: “Me presento ante ti, Padre, en el nombre de Jesús, para pedirte que me limpies, que perdones mis pecados; perdona todos los actos que salieron de mí, de mi alma. Soy carne y he producido carne. Declaro por fe que tú has inclinado tu oído hacia mí. Creo y confieso delante de los ángeles y de los demonios que tú eres mi Salvador, y yo recibo ahora el perdón de mis pecados. Declaro que tú me revistes de tu poder en esta hora y recibo tu nueva naturaleza, en el nombre de Jesús, amén”.

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