FIESTA DE PENTECOSTÉS - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

FIESTA DE PENTECOSTÉS

INTRODUCCIÓN

Pentecostés es una celebración que tiene origen en el Monte Sinaí, cincuenta días después que el pueblo de Dios salió de Egipto. Recordemos que el pueblo celebró una Pascua el catorce de Abib, primer día religioso del año judío. Ese día sacrificaron un cordero, hicieron una ceremonia por orden de Dios, y al día siguiente salieron en libertad hacia el desierto; y en cincuenta días llegaron al Monte Sinaí. Fue en ese tiempo en que Moisés tuvo un encuentro con Dios. La Biblia señala que vio cara a cara a Dios, y en ese encuentro, el Señor le dio la ley al pueblo, los diez mandamientos que eran las tablas de la ley. Esos diez mandamientos les han dado base legal a las constituciones de los países occidentales, y generaron un mover moral en el mundo sin precedentes. En esos diez mandamientos se han inspirados las leyes de muchos países. Dios, a través de los diez mandamientos le reveló a Moisés su voluntad. Él manifestó su moral y su justicia, y lo que demanda de nosotros a través de la ley. La ley es la voluntad de Dios y la justicia de Dios.

Entonces, Dios había ordenado que se hiciera la celebración de la Pascua y cincuenta días después la fiesta de Pentecostés. Pasó el tiempo y llegó Jesús, el Cordero de Dios. En una Pascua, el catorce de Abib, Jesús murió el día de esa celebración, y a los cincuenta días ocurre un evento extraordinario. Dios tuvo una vez más un encuentro cara a cara, pero ya no fue con un hombre sino con un pueblo. Jesús había muerto y resucitado; abrió un camino al cielo, entrando en el lugar santísimo y constituyéndose en sumo sacerdote de todos aquellos que creen. Ya no era cuestión de que un sumo sacerdote entrara al lugar santísimo, él solo, para estar en la presencia de Dios e interceder por el pueblo, sino que ahora, Jesús está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.

LA PROMESA DEL ESPIRITU SANTO

En el Antiguo Testamento encontramos una profecía que nos indica que Dios iba a hacer un nuevo pacto ya que el pueblo de Israel había invalidado su pacto. Dios haría un nuevo pacto con todos e iba a escribir su ley, su voluntad, en nuestros corazones. Y Jesús, por su sacrificio, nos abrió un camino para que entremos nosotros a la presencia de Dios, como si fuéramos sumos sacerdotes, por su sangre, que cubrió nuestros pecados y nuestras faltas, haciéndolos invisibles. Por lo tanto, Dios no ve nuestros pecados, Él ve la sangre de Cristo que nos cubre y nos libra de todo mal.

Entonces sucedió un segundo Pentecostés, y no vio Dios cara a cara solo a Moisés, sino que, en ese Pentecostés, el Señor descendió en la manifestación del Espíritu Santo, y se derramó literalmente sobre todos los que estaban congregados; y es que Jesús les había dicho: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). Desde ese entonces hasta hoy, estamos viviendo en una etapa que llamamos, “los últimos días”, ya que sólo falta un nuevo Pentecostés, y dice la Biblia que veremos cara a cara al Señor.

La iglesia cristiana nació en Pentecostés. Dios preparó una fiesta a la cual invitó a los que creen en Él; y en esta celebración, Él mismo vino a participar con nosotros a través de su Espíritu Santo. En esa fiesta la gente estaba feliz y es que la orden de Dios era que todos se alegraran; es una fiesta donde nadie puede estar triste. Tienen que estar todos felices y agradecidos a Dios. Pentecostés representa el tiempo que vamos a vivir eternamente en la presencia de Dios y le veremos cara a cara. Nuestro rostro será alumbrado.

Leemos en Hechos 2:1: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos”. Unánimes significa un solo ánimo, un alma; todos tenían un mismo deseo, un mismo pensamiento y un mismo sentir. Esperaban que Dios hiciera algo grande, y yo espero que tengas ese mismo sentir que yo tengo, porque tengo fe de que Dios hará algo grande hoy en tu vida. Declaro que la palabra de Dios va a penetrar hasta la médula de tus huesos y el Espíritu Santo te visitará hoy. ¿Tienes fe?

Seguimos en la lectura de Lucas 2:2 y dice así: “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados”. Había un grupo de ciento veinte creyentes que aguardaban por la promesa que Jesús les había hecho. Lo que ocurrió en ese momento fue lo mismo que ocurrió en el Monte Sinaí, ya que ahí también hubo un estruendo. La Biblia dice que el pueblo no quería que Dios les hablara porque tenían miedo y le pidieron a Moisés que fuera a hablar con Dios. Ahora, en Lucas vemos que estaban todos esperando la llegada de la promesa del Señor. En los versículos 3 y 4 de Lucas leemos: “…y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”.

Este fenómeno se llama glosolalia, y es cuando hablas en una lengua que no conoces. Y no sólo comenzaron a hablar en lenguas que no conocían, sino que ocurrió algo extraordinario. En la fiesta de Pentecostés había en Jerusalén, judíos y prosélitos; lo prosélitos no eran judíos, pero seguían sus enseñanzas. Ellos amaban al Dios de Israel. Dice la Biblia que había gente de todas partes. ¿Cuál es el milagro? Que las personas allí congregadas empezaron a hablar en lenguas y todos los que los observaban que eran de diferentes lugares comenzaron a ver que hablaban en sus propias lenguas. Lo leemos en Hechos 2: 5 al 7: “Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?”

No sólo se admiraban porque hablaban en distintas lenguas sino también porque eran galileos, ya que estos eran menospreciados. Eran de una zona cerca de Nazaret; gente de vulgo, sin cultura. Ellos no habían estudiado lenguas, sin embargo, el Espíritu Santo los llenó. ¡Así nació la iglesia cristiana! Y los que estaban mirando decían: “¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?” Y prestemos atención a lo que a continuación expresa Lucas el historiador, porque Lucas, quien escribió el libro de los Hechos, es un historiador independiente confiable. Algunos señalan que los libros de la Biblia no son históricos, pero sí, son históricos. Muchos creen en lo que algunos autores escribieron quinientos, seiscientos o setecientos años después; pero lo que leemos en el libro de los Hechos se escribió diez, veinte o treinta años después que Cristo murió y resucitó. No hay nada más histórico y fidedigno que lo que dice la Biblia. Entonces, dice Lucas que los que había en el lugar eran: Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes.

Lucas se tomó el trabajo de mencionar todas las nacionalidades de los que estaban en Jerusalén. Entonces continúa: “Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto”. ¡Insinuaban que estaban borrachos! Entonces Pedro se levantó y dio el primer mensaje acerca de Cristo. El que lo había traicionado y lo negó, estaba encendido, lleno del poder del Espíritu Santo, y no había quien lo parara. Ese día, tres mil personas se entregaron a Jesucristo. Pedro comenzó a decir, parafraseando: “No señores, es la tercera hora del día, esta gente no está borracha. Lo que sucede acá es lo que prometió Dios a través del profeta Joel” Y siguió predicando: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2: 16 al 21).

Ya no era sólo Moisés quien resplandeció; ahora había un pueblo de creyentes que iba a resplandecer, porque todo el que crea en el Señor Jesús será salvo. Prepárate porque si tú no profetizas, tus hijos e hijas lo harán. Lo jóvenes verán visiones, los ancianos soñaran sueños y sobre los siervos y siervas será derramado el Espíritu Santo y profetizaran. Joel había escrito esto unos cuatrocientos años antes de la venida de Jesús y se estaba cumpliendo en el día de Pentecostés. Había comenzado una nueva era. Hasta Cristo, Dios había acompañado al pueblo en el desierto; Dios el Padre había estado con ellos en el Tabernáculo, en el templo de Salomón. El Señor se había manifestado el templo de Herodes el grande. Y vino Cristo. Sucedió otra etapa en la que Jesús habitó entre nosotros; Dios hecho hombre. Así lo dijo Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Jesús tabernaculizó con nosotros; hizo una morada con nosotros aquí, pero ahora, a partir de Pentecostés comenzó una nueva etapa que es la misma presencia del Espíritu Santo en la vida de los creyentes.

LA PROMESA SIGUE VIGENTE: DIOS QUIERE LLENARTE HOY

Dios tiene celo por su pueblo y quiere llenar a sus hijos con su Espíritu. ¡Derrama tu Espíritu sobre esta generación, Señor! ¿Cuánto abarca este tiempo en que el Espíritu Santo llena la iglesia? ¿A quién llenará Dios? Si hoy la iglesia prefiere el teatro y una celebración de un buen concierto; y los que cantan son artistas, pero no adoradores, y cobran cachet, pero no quieren ofrenda. ¿Dónde está la iglesia que clama por Dios? ¿Dónde están los creyentes que le piden al Espíritu Santo que los llene? Dice la Biblia en Hechos de los apóstoles: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán”.

¡No te demores, Señor! La primera parte de la profecía comienza en Pentecostés y la segunda parte de la profecía está pendiente de cumplimiento, la cual leemos en Hechos 2 y dice Dios para los postreros tiempos: “Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto”. ¿Hasta cuándo va a actuar el Espíritu Santo? ¿Cuál va a ser el período de gracia? Hasta que el sol deje de dar su luz y la luna se convierta en sangre, las estrellas caigan y las potencias de los cielos sean conmovidas. Esos son los últimos tiempos; y en ese tiempo en que el sol se oscurece y viene sacudimiento, hasta ahí llegará el tiempo de la gracia. Hasta ahí será el tiempo en que el Espíritu Santo engendre vida espiritual en los creyentes; pero ese tiempo se acabará.

Los creyentes deben de dejar de estar interesados en comprar una mejor casa, en aspirar un buen sueldo; más bien deben estar más interesados en el Señor y en su venida. Los cristianos deben estar interesados en hacer las obras de Dios y hacer lo que el Espíritu de Dios quiere que hagan; que profeticen, que sueñen sueños, que levanten muertos y sanen enfermos, antes de que el sol se convierta en tinieblas y la luna en sangre, antes de que venga el día grande y manifiesto de Señor. El día grande del Señor es día de oscuridad, de terror y de temblor. Ese día será la última fiesta de expiación; la última oportunidad para la humanidad de recurrir a Dios para recibir perdón de pecados. Porque cuando la puerta se cierre, nadie más podrá entrar.

Muchos juegan a ser cristianos como las vírgenes insensatas, que hasta lámpara tienen, pero no tienen el Espíritu Santo. Hoy es el día que Dios te ha convocado para que escuches esta palabra; hoy es el día en que debes clamar a Dios: “Hazme un verdadero cristiano. Límpiame de mis maldades y lléname con tu presencia Señor”. Este es el día en que tienes que hacer que Cristo sea tu Señor.

Leemos en Hechos 2: 36 las palabras de Pedro al terminar su discurso; dirigidas a los sacerdotes, a los religiosos, a los que habían dicho que ellos estaban ebrios. Les dice: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Ese era el tiempo de los romanos, y la palabra señor tenía una connotación muy importante. En ese tiempo no se le podía decir señor a nadie. El único que tenía título de señor era el Cesar, el emperador romano. Había entonces una norma que señalaba que las personas no tenían que saludarse diciendo, por ejemplo: “Buen día”; la gente se saludaba levantando la mano derecha y decían: “Cesar es señor”. Y la otra persona contestaba: “Cesar es señor”. Eso se debía hacer en todo el imperio romano, porque había un solo señor y era el Cesar, dueño de todo. Se hacía la voluntad del Cesar en todo el territorio del imperio romano, y quien no hacia su voluntad era su enemigo; era condenado a muerte lisa y llanamente. No se permitía rebelión. Y el reino de Dios es igual. No es Cesar señor, no es el anticristo señor. ¡Jesucristo es Señor! Y los cristianos, en vez de decir: “Cesar es señor”; comenzaron a decir: “Jesucristo es Señor”.

CONCLUSIÓN

Si tú no lo reconoces como Señor de tu vida, renunciando a esperar de Dios lo que anhelas, lo que te parece y sientes; si no estás dispuesto a ir donde Dios te envíe, y dejar lo que tengas que dejar, entonces no has hecho de Jesucristo tu Señor. ¡El señorío de Cristo tiene que venir a tu vida! Tienes que entregarle tu vida y permitir que se haga sólo su voluntad. ¡Dios quiere llenarte!

La manera de que Jesús señoree en tu vida es que el Espíritu de Dios te llene. Hechos 2: 37 y 38 dice así: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

Repite esta oración y di: “Señor Jesús, yo te necesito. Son tiempos difíciles, pero tú me puedes dar gozo, fe y esperanza. Me presento delante de ti, Señor, para pedirte que perdones mis pecados y me libres del poder del pecado. Quita mis culpas, por tu sangre preciosa, Jesús. ¡Lléname de tu Espíritu Santo! Hoy me arrepiento y recibo por la fe en tu nombre Jesús, el perdón de mis pecados; y abro mi corazón para que tú, Señor, me bautices con tu Espíritu Santo. Lléname Padre, te lo pido en el nombre de Jesús, amén”.

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