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INTRODUCCIÓN
Voy a tratar de explicar en esta oportunidad la necesidad que tenemos de tener las cuentas al día con Dios. El problema más grande que tienes en tu vida no es tu matrimonio, no es tu falta de dinero o la falta de trabajo. No es la casa que necesitas, tampoco es tu familia. La cuestión aquí es si mantienes una buena relación con Dios o no. Pregúntate si realmente amas a Dios, porque muchas personas van a la iglesia por costumbre. Hay quienes creen que está todo en orden y están cumpliendo, pero no tienen una buena relación con Dios. Y después te preguntas, por qué yo no puedo, por qué no me sale, por qué Dios no me contesta, por qué persiste la deuda. Tu preocupación y tu prioridad se manifiesta en solucionar el problema que tienes, y te concentras en eso; entonces pierdes la prioridad número uno que es tu relación con Dios.
Al reino de los cielos no va a entrar nada impuro, no habrá un solo pecado. No puedes tolerar el pecado. Tienes que habituarte a odiar el pecado y buscar qué cosa está estorbando tu relación con Dios. Cuando pasa mucho tiempo que no oras y no lees la Biblia, algo está mal. Debes encontrar qué es aquello que está estorbando tu comunión con Dios y no hacerte preguntas tontas como, ¿por qué Dios no me escucha? Si Dios no te escucha o tienes esa sensación, algo está estorbando tu comunión con Él.
Una mujer me dijo: “Yo tengo fe, pero la cosa no sale”. Si tienes fe no me digas que no sale, porque la fe no se detiene ante nada. Tu problema es falta de fe. Le demostré que estaba dudando y ella insistía que, si bien estaba dudando, tenía fe. Parece que cuando las cosas no salen, el que está mal es Dios. No me escucha, no se acuerda de mí; yo le he pedido, llevo tantos años orando, pero no pasa nada. Viene a mi memoria esa mujer que oró más de cinco años por su marido y decía: “Mi marido es duro, me dice cosas horribles, me maltrata, se va con otras mujeres, pero yo aquí estoy plantada, orando. Yo tengo fe”. Pasaron unos años y veo un hombre que estaba sentado solo que luego pide hablar conmigo; entonces me dice: “Pastor yo he venido porque necesito a Cristo: Yo he sido muy malo con mi señora, le he sido infiel, he hecho todo mal, y ahora mi señora me ha dicho que me va a dejar, pero yo no la quiero perder porque me he dado cuenta que es la mejor mujer del mundo”. ¿Quién era el hombre? Era el esposo de la mujer que había dicho que estaba orando por él. Resulta que ella se cansó de orar porque no veía resultados y llegó a decir que se buscara otra. Yo le quería hacer ver que se había cumplido lo que había orado, pero no había caso.
He estado atendiendo personas que dicen estar bien con Dios y todo está mal en su vida. En todo caso, para ellos, el que falló fue Dios. No hay cosa más hermosa como cuando Dios alumbra la mente y el corazón y uno reconoce la gravedad del pecado. El pecado te manda al infierno. El pecado te destituye de la presencia de Dios y de su gloria. Tu relación con Dios es prioridad y es fundamental.
LA MUJER QUE UNGIÓ LOS PIES DE JESUS Vs EL FARISEO
El evangelio de Lucas, capítulo 7 relata acerca de un fariseo que rogó a Jesús para que comiese con él y habiendo entrado en casa del fariseo, Jesús se sentó a la mesa. Y a continuación leemos: “Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”. Al usar el término “pecadora”, da a entender que se prostituye, y es que, cuando no queremos decir que es prostituta decimos que es pecadora.
Aquí tenemos dos escenarios; primero, el fariseo que representa a la religión. Una persona que conoce la Biblia, los mandamientos y las demandas morales de Dios. Y por otro lado tenemos una mujer prostituta que cuando se entera que Jesús ha venido a la casa del fariseo va y busca un frasco de alabastro. Esto es una especie de mármol muy bonito que se pulía y con eso se hacían, digamos, los frasquitos de perfume. Hasta el día de hoy los frasquitos de perfume valen más que el perfume. La mujer se postró a los pies de Jesús, los lavó con el perfume y los secó con su cabello. Relata la Biblia: “Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39).
Yo me crié en una iglesia tradicional donde difícilmente entraba una prostituta porque inmediatamente, las mujeres les decían a sus hijas que no se juntaran con ella y la hacían de lado. Así llegó a ser de hipócrita la iglesia en un tiempo, hasta que Dios nos cambió. Yo no conocí drogadictos, ni alcohólicos, ni gente adúltera en la iglesia, porque éramos todos santísimos. ¡Ahí no podía entrar un pecador! Yo no había entendido que la iglesia, la casa de Dios, es el hospital donde van los pecadores.
El fariseo es una clase de religioso que se conoce todas las normas, las comas, los tildes y tiene seguramente en su casa el rollo de la ley y puede enseñarles a otros cómo se debe cumplir con Dios. Ellos pueden explicarte todo, pero Jesús dijo de ellos: “Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mateo 23:3 y 4).
En un momento sucede una situación incómoda, porque el fariseo está pensando para sí, y de pronto, Jesús le habla como sabiendo lo que él estaba pensando, y le dice: “Simón, una cosa tengo que decirte”. Y él le dijo: “Di, Maestro”. “Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; más esta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; más esta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; más esta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; más aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7:40 al 48).
No por ser religioso eres una persona a quien se le han perdonado más pecados. Hablé con una hermana que por quince años ha asistido a la iglesia y jamás se atrevió a dirigirme la palabra y menos a pedir para hablar conmigo. Y cuando le preguntamos por qué, dijo: “Lo que pasa es que me cuesta también acercarme a Dios. No sé cómo acercarme porque me parece que Dios me rechaza y por lo tanto no me ayuda”. Resulta que su padrastro la quiso abusar. No tuvo un papá que la amara. A los 14 años de edad decidió irse de la casa y entonces comenzó una vida terrible rodando de aquí para allá. Un día se juntó con un hombre y este, en cada reunión familiar se jactaba de todas las mujeres que tenía; y la humillaba, la maltrataba y le decía cosas horribles. Primero sufrió en manos de su padrastro y luego por su pareja. Una mujer necesita un hombre que la ame, que la proteja. La mujer necesita un hombre que la ayude; y los hombres abandonan a las mujeres y las destratan. Entonces ella no sabía cómo presentarse delante de Dios, había una barrera entre Dios y ella y tampoco se había presentado nunca delante de mí o nunca había pedido para tener una charla conmigo. El problema de la mujer no es lo que le habían hecho, sino el rechazo que ella tenía porque había abierto el corazón al odio, al resentimiento, a la amargura, a la tristeza.
TU PROBLEMA A RESOLVER: TU PECADO
Tu problema es tu pecado, y es lo que afecta tu relación con Dios; no lo que te hicieron otros. Los otros van a tener que darle cuenta a Dios, pero tú tienes que darle cuenta por tus pecados. No puedes ir a Dios y decirle, lo que pasa que mi esposo, lo que pasa que mi papá. Tu paz depende de tu relación con Dios, y tu relación personal con Dios no tiene nada que ver con los pecados de tu madre o de tu padre. Son tus pecados, como la amargura que dejaste entrar, y así otros más. Resulta que cuando te estás creyendo víctima, en realidad eres pecador. Estás explicando tu pecado, echándole la culpa a otros. Las personas que no tienen paz creen que es por causa de otro, pero cuando Dios te da paz, cuando tú arreglas tus cuentas con Él, la paz que viene sobre ti es sobrenatural y no importa lo que digan de ti o lo que te hayan hecho. Cuando la paz de Dios viene, tienes misericordia por aquel que te abusó. No le atribuyas al gobierno, a tus parientes ni a nadie tus estados de ánimo de frustración. Dijo Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.
Una mujer necesitaba que Dios cambie a su marido para que ella pudiera ser feliz. Quiero decirte que la felicidad viene de Dios, no de tu marido. Tú tienes que darle felicidad a tu marido o a tu esposa. No tienes que esperar que tu cónyuge cambie o haga lo que tú quieres para que seas feliz. Dios da la felicidad, el gozo y la paz que sobrepasa todo entendimiento y guarda tu corazón y tus pensamientos en Cristo Jesús. ¡Tienes que estar a cuentas con Dios hoy!
El mundo se está poniendo muy duro y acontecen muchas injusticias. Según las noticias, se decretó en Estados Unidos que el Nuevo Testamento es un libro antisemita y entonces se quiere prohibir. ¿Quién iba a pensar que en el país de la democracia y las libertades; un país que se fundó sobre los estatutos de Dios iba a prohibir la Biblia? Y en Canadá, los padres cristianos que quieren enseñar la Biblia a sus hijos, se enfrentan a la posibilidad de que les sean arrebatados. No estamos hablando de un país árabe o musulmán, estamos hablando del nido mismo de la democracia. Países que han mandado miles y miles de misioneros a las naciones para que prediquen el evangelio.
Jesús le dijo al Fariseo: “Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; más esta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; más esta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; más esta ha ungido con perfume mis pies”.
En la época había normas de hospitalidad y una de ellas era que cuando llegaba una visita a la casa se le pusiera un recipiente con agua para refrescar sus pies. Otra norma de hospitalidad era ponerle aceite en la cabeza. El cuero cabelludo se resquebraja con el sol después de caminar durante una o varias jornadas. Pero el fariseo nada de eso hizo por Jesús. ¿Por qué esta mujer estaba haciendo todo esto? Porque estaba agradecida porque había recibido el perdón de sus pecados. Y entonces derramó sus lágrimas y su perfume a los pies del maestro. Dice la Biblia que los que aman mucho es porque mucho se les ha perdonado. Cuando usted vea una persona que es amorosa con la gente, que es servicial y adora a Dios con todo su corazón; a esa persona se le perdonó mucho. Por otro lado, una persona que le anda esquivando a todo lo que se le pide, que no saluda, que no puede levantar las manos para adorar a Dios. O no se le ha perdonado nada o se le ha perdonado muy poco. Resulta que en la iglesia cargamos más a las personas que están disponibles. ¿Por qué? Porque aman mucho. ¿Y por qué aman mucho? Porque se les ha perdonado mucho.
Aquellos a quienes no se les ha perdonado tanto tienen muchas ocupaciones, muchas preocupaciones, muchos afanes y muchas excusas. Pero no se trata de la cantidad de pecados, se trata de la cantidad de luz que tiene el creyente para saber y entender que el pecado que tiene lo destituye de la gloria de Dios y le impide la entrada en el reino de los cielos. Quizás hay alguno que ha pecado mucho, pero ama mucho, porque esos pecados que ha cometido han sido perdonados, porque ha entendido la gravedad de lo que el pecado puede causarle a su vida. La mujer que mencioné antes, a ella le habían hecho muchas cosas malas, pero ella tenía un rechazo y una resistencia que no la dejaba relacionarse ni con Dios, ni con hombres, ni con el pastor. Entonces le di un abrazo y oramos entregando a Dios el pecado; le entregamos a Dios el dolor. Terminada la oración, la mujer suspiraba y decía que se sentía más liviana. El que la había maltratado seguía igual, el que la había detestado seguía igual, el padrastro que la había abusado seguía igual, pero ahora ella tenía paz con Dios y se había roto la barrera que le impedía acercarse a Él y a los hombres.
CONCLUSIÓN
La mujer pecadora es prototipo de los que se salvan y el fariseo religioso es prototipo de los que se pierden. El día que tengas que responderle a Dios, Él no te va a preguntar cuántas veces leíste la Biblia. Cuando Pedro en un pecado horrible negó a Jesús; el que había declarado: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, ahora estaba en el momento de la crucifixión diciendo: “¡Maldita sea! No lo conozco, no sé quién es”. Y juraba por el cielo y por la tierra que no conocía a Jesús. Rechazó a Jesús, se avergonzó del Él por miedo a que le hagan lo que le estaban haciendo a Jesús. ¡Fue un cobarde! El Señor antes de esto le dijo: “He orado por ti para que tu fe no falte”. Y así fue la cosa; luego se arrepintió. El arrepentimiento trae el perdón de los pecados. Jesús no le dijo: “Pero ¡qué has hecho!”
El Señor le dijo: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15 al 17).
Este es un día para decirle a Dios, quiero arreglar mis cuentas contigo, me quiero acercar a ti. No es lo mismo invitar a comer a Jesús que confesarle nuestros pecados. Tal vez se ha vuelto una carga servir a Jesús. Yo te digo, tienes que revisar tu vida hoy. ¿Qué es lo que está estorbando tu relación con el Señor? Tal vez reconoces que llevas una vida cristiana débil, flaca, sin fuerzas. No tienes el gozo ni la paz del Señor. La culpa no es de la Iglesia, no es de Dios no es de tu cónyuge. La culpa no es de tu suegro ni de tu suegra. Preséntate con tus culpas delante de Dios. Arregla tus cuentas con Él y deja que los demás arreglen las suyas. Dile a Jesús: Necesito tu perdón.
“Vengo delante de ti, no por las culpas de otros, sino por las mías. Líbrame como libraste a esa mujer de la prostitución. Estaba tan contenta y estaba tan agradecida que lloraba y regaba tus pies, así quiero postrarme delante de ti. Límpiame y seré limpio como la nieve, Señor. Reconozco que mi falta de paz tiene que ver conmigo y no con los demás. Proclamo con mi boca que tú me has comprado y has pagado el precio más alto por mi salvación. Padre, llévate mi carga en esta hora y lléname con tu Espíritu Santo, te lo pido en el nombre de Jesús, amén”.
ANEXOS: