Av. 8 de octubre 2335
Montevideo
WhatsApp:(+598) 095333330
INTRODUCCIÓN
Te quiero hablar acerca de una verdad que encontramos en la Biblia, y ésta se refiere a que estás condenado a la victoria. ¡El Dios tuyo puede salvarte! ¡El Dios tuyo puede bendecirte! Nadie que se acerca a Dios con hambre se va con hambre; nadie que se acerca a Dios sediento se irá igual. Dios sacia la sed y da de comer a su pueblo. El Señor ha determinado que su pueblo es un pueblo victorioso, no importa cuál sea la circunstancia que su pueblo atraviese; no que será victorioso, sino que es victorioso. Y esta acción está en el tiempo presente continuo. ¡Tú estás condenado a la victoria!
Leemos en Hageo 2:18 y 19: “Meditad, pues, en vuestro corazón, desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del noveno mes, desde el día que se echó el cimiento del templo de Jehová; meditad, pues, en vuestro corazón. ¿No está aún la simiente en el granero? Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol de olivo ha florecido todavía; mas desde este día os bendeciré”.
¡Cree a esta palabra! La bendición comienza antes de que tú la veas. Dios había pedido que edificaran el templo, y era una época en que todavía no había semilla en el granero y tampoco la vid, la higuera ni el granado habían dado su fruto. Ni los olivos habían florecido, pero se habían propuesto acercarse a Dios y caminar con Él. ¡Decide a partir de hoy caminar con Dios! Decide amarlo a Dios más que todas las cosas. Decide tener intimidad con Dios a partir de hoy. Todo aquel que ama a Dios e intima con Él, termina haciendo su voluntad. Oro que esta palabra que recibes hoy no sólo la entiendas, sino que la creas y la atesores en tu corazón.
La Biblia señala que el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. ¡Está condenado a la bendición, y bendición eterna! Medita en este día porque este es el día que Dios manda esta palabra. Esto no es para los que no están dispuestos a caminar con Dios, no es para aquellos que no se animan porque tienen miedo a fracasar; esta palabra es para aquellos que deciden amar a Dios y no van a permitir que nada los aparte de Él. Esta palabra es para aquellos que deciden caminar en los caminos de Dios e intimar con Él. El Señor te dice hoy: “Todavía no has visto lo que es la bendición, mas desde este día yo te bendeciré”. No sé cómo está tu matrimonio, pero Dios te asegura que desde este día va a bendecir tu matrimonio. No sé cómo está tu economía ni tu empleo, pero Dios te promete bendecirte. Si eres un hombre o una mujer estéril, Dios te dice: “Desde este día voy a bendecir tu vientre. Y bendeciré tu semen, varón”.
Desde el día que echaron el cimiento Dios prometió bendecirlos. Todavía no estaba construido el templo, pero Dios que sabe todas las cosas, sabe quién caminará con Él y quien no, quien edificará su casa y quién no. ¡Dios lo sabe! Dios sabe quién tiene hoy su corazón abierto. El Señor conoce los pensamientos y los deseos más profundos de nuestro corazón. Hay quienes tienen deseos profundos de Dios, pero no ven la bendición. ¡Tú no tienes que verla! ¡Tienes que creerla! ¡El que cree verá! Jesús dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”
Hoy tienes que apoderarte de esta gran promesa. Este será un año de bendición. No sé cómo será la economía del país, o cómo serán las relaciones familiares; no sé qué circunstancias estás por enfrentar, pero tú puedes creer. Lo que vale no es lo que sientes, lo que te parece o lo que ves; lo que vale es lo que tú crees. ¿Crees o no que el Señor te está hablando? Tengo que advertirte de algunas cosas.
LA BENDICIÓN Y LA GUERRA VIENEN DE LA MANO
Leemos en Daniel 6:1 y 2: “Pareció bien a Darío constituir sobre el reino ciento veinte sátrapas, que gobernasen en todo el reino. Y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno, a quienes estos sátrapas diesen cuenta, para que el rey no fuese perjudicado”. Daniel fue a parar a Babilonia entre los esclavos de Judá, y fue un estadista en el reino de Nabucodonosor, en el imperio de Babilonia. Pero después llegaron los medos y los persas y destruyeron Babilonia apoderándose del reino. Ahora eran los medos y los persas quienes tenían un gran imperio, tan grande que necesitaban ciento veinte gobernadores. Al rey Darío le pareció bien poner ciento veinte gobernadores y sobre ellos poner tres más entre los que se encontraba Daniel. ¡Un hijo de Dios! Daniel era un siervo de Dios, era un profeta del Señor. Tal vez pienses que los siervos de Dios están protegidos de tal manera que no atraviesan dificultades, pero te equivocas porque todos atravesamos tiempos difíciles. Y vienen tiempos difíciles, mas nosotros sonreímos porque estamos creyendo en el Dios nuestro.
Se ha levantado el infierno contra los cristianos evangélicos, a los que llaman neo-pentecostales, y suponen que no somos ciudadanos por lo que no podemos opinar de política porque somos religiosos. Quiero decirte que tú eres ciudadano y tienes tanto derecho como cualquier otro ciudadano de fungir como persona política o como quieras. ¡El derecho que tiene cualquier ciudadano de cualquier país tú también lo tienes! Hay una fuerza que se opone, aduciendo que la iglesia está separada del estado, alegando la laicidad. No sé que piensan qué es laicidad, mas en la laicidad nosotros los cristianos estamos incluidos. En un país laico tú tienes derecho de creer en lo que quieras como cualquier otro ciudadano. En la laicidad se respeta la conciencia de los otros como también se tiene que respetar nuestra conciencia.
Te vuelvo a repetir que se vienen tiempos difíciles. Yo le escribí a un pastor, un gran amigo y le dije que estábamos orando por él porque fue atacado por la prensa internacional. Una cadena de televisión muy importante de Estados Unidos lo acusó de tener mucho dinero y cuentas bancarias en Nueva York, por negocios de lavado de dinero. A mí también me han acusado de lo mismo y a nadie se le ocurrió investigar si realmente tengo cuentas en el extranjero, y sé que tampoco se molestan porque no las van a encontrar, no porque yo sea astuto sino porque nunca han existido. Entonces le mandé un mensaje a ese pastor y le dije: “El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre” (Daniel 6:16). Esto tiene que ver con lo que la Biblia relata acerca de Daniel. ¿Y qué pasó con él? Leemos en Daniel 6:3:
“Pero Daniel mismo era superior a estos sátrapas y gobernadores, porque había en él un espíritu superior; y el rey pensó en ponerlo sobre todo el reino”. El rey puso ciento veinte sátrapas y tres sobre ellos, mas a Daniel pensó en ponerlo sobre esos tres y hacerlo el número uno después de él en el reino. Afirma la palabra de Dios que Daniel era superior a ellos porque tenía un espíritu superior. No hay espíritu que sea superior al Espíritu Santo. No hay espíritu más grande que el Espíritu Santo quien todo lo llena. Llena todo el universo y ni siquiera el universo lo puede contener. ¡El Espíritu Santo es más poderoso! ¡Es el Espíritu de Dios! ¡No hay otro espíritu mayor que el Espíritu Santo! Cualquier otro espíritu es menor. Daniel era superior porque tenía un espíritu superior; por ello había caído en gracia ante el rey Darío y tenía el favor de éste.
El rey se había hecho amigo de Daniel y lo amaba. Entonces pensó ponerlo sobre los otros tres sátrapas más importantes del reino y se ve que lo comentó delante de ellos, además creo que se le habrá escapado el comentario de que Daniel tenía un espíritu superior por lo que debía ponerlo sobre los demás porque veía algo especial en él. Y cuando pensó en levantar a Daniel, continúa diciendo la Biblia: “Entonces los gobernadores y sátrapas buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él” (Daniel 6:4).
No siempre sucede que cuando Dios te promueve y te levanta, las cosas resultan bien. Cuando Dios planea ponerte en una posición especial, no siempre, o casi nunca las cosas resultan tranquilas. Cuando Dios quiere promoverte ya comienzan a suceder cosas que los demás ven. Cuando en el reino ven que Daniel comienza a ser levantado una vez más, y por sobre todos los principales, entonces surgió la envidia y el rencor, y buscaban ocasión para acusarlo. Tu promoción y tu bendición desatan guerra y oposición contra ti. Si crees en Dios y has decidido caminar con Él, y si lo amas y quieres hacer su voluntad, la promoción y la bendición vendrán por más que haya oposición y guerra. No siempre la oposición y la guerra es señal de que vas a fracasar, sino de que vas a vencer. La bendición y la guerra vienen de la mano. Toda promoción de Dios provoca reacción contraria en el mundo espiritual. Cuando viene la promoción sobre ti, los demonios lo ven. Desde que naciste, los demonios están ideando lavarte el cerebro, buscan tus debilidades para ver cómo hacerte fracasar y destruirte, entonces te infiltran deseos y pensamientos que dirigen tu vida en una dirección equivocada. Pero cuando tú te acercas a Dios y caminas con Él, cuando te alumbra su luz, tu mente es transformada y comienzas a pensar contrariamente a lo que los demonios están fraguando. Trabajan para que vayas en determinada dirección haciendo mil esfuerzos durante toda tu vida, tratando de desviarte del propósito de Dios, pero de pronto ven que tú tomas otra dirección y se agarran la cabeza. Y es que cuando sucede así es Dios que te está guiando a la promoción y a la victoria. No todo lo que está mal, está mal. Entonces tú te desesperas y dices: “Justo ahora que estaba orando más”, “justo ahora que me decidí a hacer la voluntad de Dios”. Justamente por eso, porque desbarataste los planes que los demonios tenían contigo.
LA VICTORIA VIENE DESPUÉS DE LA GUERRA
Dios no va a promover a cualquiera: Dios va a promover a los que le aman y guardan sus mandamientos. El Señor levantará en alto a quienes han puesto en su corazón la palabra de Dios y deciden hacer su voluntad. Nadie que decida caminar con Dios pasará inadvertido ante las fuerzas de las tinieblas. ¡Serás conocido en el infierno!
Recuerdo cuando llegué a Uruguay. Llegó a la iglesia un joven muy endemoniado y cuando terminó el culto se manifestó, y el demonio por la boca del joven comenzó a decir: “Este es mío. Sus padres lo abandonaron y yo lo pedí, y me ha sido dado. Y lo voy a matar”. Y agregó: “Hoy hay guerra acá”. Le pregunté quién era y respondió: “Soy un principado”. Sin temor le dije: “Te ordeno en el nombre de Jesús que lo dejes. ¡Te vas ahora, en el nombre de Jesús!” El demonio me dijo por la boca del muchacho: “A las doce de la noche va a correr sangre acá”. Yo miro la hora y eran las once y poco y pensé: “¡Voy a tener que estar luchando una hora con este y encima va a correr sangre!” Luché hasta el agotamiento echando fuera el demonio y éste se reía de mí y en tono burlesco me decía: “No puedes conmigo. No voy a dejarlo. Lo voy a matar”.
Nuestras reuniones las hacíamos en un cine en el segundo piso y bajando las escaleras enseguida salíamos a la calle. Entonces el demonio me dijo: “Ahora voy a hacer que salga corriendo y que se arroje delante de un auto y nadie me va a detener”. A esas alturas de la noche yo ya no tenía fuerzas para frenarlo y en un momento de descuido, el joven salió corriendo escaleras abajo, y lo único que atiné a decir, ya sin aliento y sin fuerzas, fue: “Padre, envía a tus ángeles y detenlo”. Entonces el muchacho bajó corriendo, abrió la puerta y la volvió a cerrar. Yo me gocé porque entendí que había ángeles allí. Entonces bajé y comencé a ordenarle al demonio: “¡Suéltalo! ¡Te vas en el nombre de Jesús!” Y al demonio que se burlaba y me confrontaba; a ese que me había dicho que lo iba a matar, le dije: “No pudiste salir a la calle”. A lo que me respondió: “Vos no ves nada”. “¡Yo no veo nada, pero le pedí a Dios que pusiera ángeles en la puerta! ¡Yo no puedo ver pero creo!” Y sollozando, el demonio me dijo: “Dajame este a mí. No seas malo”. Y de pronto dijo una frase que nunca olvidé: “Dame este, vos vas a tener miles”. Yo hacía un año que estaba en Uruguay y no sabía qué tan grande sería la iglesia, tampoco sabía a dónde íbamos a llegar, y un demonio me estaba diciendo: “Dejame este porque vos vas a tener miles”. Yo me maravillé y pensé: “¡Este demonio sabe quién soy yo!” ¡Soy conocido en el infierno! Ni yo sabía quién era yo. Me quedé sorprendido, y es que no hay que creerle a un demonio, pero te topas con uno que desesperado te pide que le dejes a esa persona sola porque vos vas a tener miles. El demonio se achicó y yo me agrandé, entonces con más ímpetu le ordené: “¡Lo sueltas! ¡Te vas! ¡Ni éste ni los otros! ¡No te dejo ninguno!”
¿Tú eres conocido en el infierno? La luz que tienes en tu vida, por más pequeña que sea, no pasa desapercibida a los demonios del infierno. Pero tengo que darte una mala noticia: los demonios te odian. ¿Por qué si yo no hago mal? ¿Por qué un cristiano tiene que pasar por estas cosas? Porque simplemente cuando tú amas a Dios, caminas con Él y haces su voluntad, haces estremecer las estructuras del infierno. Todavía no se veía quién iba a ser yo, pero los demonios ya sabían que Dios me había traído a Uruguay a despojarlos. Hubo veces, en que llorando le decía a Dios: “¿Fuiste tú quien me mandó a Uruguay? ¿Es tu voluntad que yo esté aquí?” Me asaltaban las dudas. Pero, poco a poco se fue afirmando en mí, la idea de que yo era un hombre escogido por Dios para bendecir al Uruguay.
Se enfurecen contra ti los demonios y muchas personas, ¿por qué? Porque has decidido hacer la voluntad de Dios. Has decidido caminar con Dios; que la voluntad de Dios es tu voluntad, y has decidido que ninguna otra cosa será más importante que tu Dios y su voluntad. Tus más grandes guerras vendrán de tus mejores victorias espirituales. No me equivoco al decir esto. Digamos que la victoria viene después de la guerra; si ganaste obtienes la victoria. Pero yo te repito que tus más grandes guerras vendrán de tus mejores victorias espirituales. Por ejemplo, cuando David mató a Goliat. Nadie se animaba a pelear contra Goliat porque todos le temían, pero David dijo que lo iba a vencer. Y cuando se le enfrentó, dijo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado” (1ª Samuel 17:45). Toda guerra básicamente es espiritual. Todo problema en la familia básicamente es espiritual, en el matrimonio, con tus hijos; todo problema que tienes con tu pastor es básicamente espiritual. Cualquier problema que tengas con algún hermano de la iglesia es básicamente espiritual. Y toda verdad es paralela. Toda situación visible en el mundo visible tiene un paralelo en el mundo invisible y yo debo poder ver qué sucede en el mundo invisible para obtener la victoria en el mundo visible. David ya tenía la victoria antes de pelear contra Goliat. Le dijo que le cortaría la cabeza y ni siquiera tenía espada. ¡Y lo venció! Fue una guerra que ganó solito, cuando había todo un ejército que no se animaba a enfrentar a Goliat.
Ese día hubo victoria, alegría y jubilo, pero también ese día comenzaron los problemas. Saúl miró la victoria de David con malos ojos. Así dice la Biblia en 1ª Samuel 18: “Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino. Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David”.
Varias veces Saúl intentó matar a David y éste andaba huyendo, escondiéndose en cuevas, en lugares desérticos y secos. La victoria llevó a David a una nueva guerra peor que la que libró con Goliat. Ahora la lucha era contra un hermano, el rey, el ungido de Jehová. De Goliat decía que era un incircunciso orgulloso que se atrevía a desafiar a las huestes celestiales de Jehová de los ejércitos, pero de Saúl no podía decir nada, ni siquiera se atrevía a alzar su mano contra él. Toda victoria te llevará a una nueva guerra y en esos momentos necesitarás caminar con Dios. Tus más grandes guerras vendrán de tus mejores victorias espirituales. No se trataba de la guerra que él había ganado al derrotar a Goliat sino la que vino después de la victoria. Dios te dice: “Si me amas, si caminas conmigo, si amas mi voluntad, yo he determinado que tú eres victorioso. Tú vivirás de victoria en victoria. No será una guerra, serán muchas, mas en todas saldrás victorioso”.
CONCLUSIÓN
Tu meta debe ser la victoria en cada guerra. Tienes que identificar y establecer bien tu meta. Los que no obtienen victorias son los que no saben a dónde van. Dios no va a descuidar a aquellos que lo aman y les va a mostrar su voluntad. Debes creer que Dios ya ha determinado la victoria para ti, no importa qué tan grande sea la dificultad. Tu seguro está en tu inexorable relación de amor y obediencia a Dios. Si quieres victoria no clames por victoria; sólo ama a Dios y obedécelo. Tu seguridad está en caminar con Dios, en amarlo y amar su voluntad. Y la voluntad de Dios a veces es muy difícil. Jesús oró al Padre: “Si es posible pasa de mí esta copa”. Tus victorias no vienen de ti; vienen de tu fe y de tu amor a Dios. Cualquier dificultad que se te presente en la vida y veas que es muy difícil, quiero decirte que esa guerra no te la mandó el diablo; Dios la ha puesto delante de ti y tienes que demostrar que eres victorioso. Tu fe te sacará adelante. Tu amor a Dios te sacará adelante. Ora con fe y sigue creyendo en la victoria. Dios no ha diseñado derrota para sus hijos. Si eres cristiano, tú tienes la victoria de tu lado. Tus victorias no tienen raíces en tus fuerzas ni en tu sagacidad; tus victorias tienen raíces en el poder, el amor y la misericordia de Dios por ti. ¡Eres victorioso porque tu Dios te ama! El Señor tiene misericordia de ti. Eres una persona victoriosa porque Dios es victorioso y te lleva a la victoria. Dios no quiere ver a sus hijos fracasados, pero anhela ver a sus hijos pelear la buena batalla de la fe y decirle a la montaña que se desarraigue del lugar y se plante en el mar.
Leemos en Daniel 6:20: “Y acercándose al foso llamó a voces a Daniel con voz triste, y le dijo: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?” El rey Darío no quería que Daniel muriera. Los que lo odiaban trabajaron incansablemente para que el rey firmara un decreto, el cual decía que todo aquel que adorara a algún dios y le hiciera petición durante un lapso determinado tenía que ser echado en el foso de los leones.
A los leones no se los alimentaba, por lo que se ponían agresivos y cuando arrojaban a alguien al foso despedazaban a la persona en segundos. El rey Darío amaba a Daniel y luchó hasta la noche para librarlo de la muerte, pero no pudo porque él mismo había firmado el decreto, y la ley de Media y de Persia señalan que si el rey firma un decreto ya no podía volver atrás. Pero Daniel amaba a Dios, y por causa del decreto tenía que dejar de postrarse delante de su Dios, mas él no estaba dispuesto a ponerse bajo la ley humana para dejar de lado la ley divina.
A mí me han hecho una entrevista para una emisora importante y me preguntaron: “¿Usted está de acuerdo con eso de que la ley de Dios está por encima de la ley de la democracia?” Yo les respondí: “Cuando la ley declaraba que el aborto era un delito y los que estaban a favor del aborto luchaban contra esa ley, lo hacían en contra de una ley de la democracia porque sus convicciones son superiores a las leyes existentes”. Todos operamos de acuerdo a nuestras convicciones más profundas. Nosotros estamos de acuerdo con lo que Dios dice; amamos la vida y creemos en la ley divina, cuando dice: No matarás. Vamos a luchar contra a voluntad de quien sea, vamos a orar a Dios y vamos a vencer. La ley decía que Daniel no se podía arrodillar delante de su Dios, pero su costumbre era orar tres veces al día delante de Dios y lo hacía con las puertas y ventanas abiertas. Por lo que decidió que no iba a dejar de adorar a Dios pese a la ley, porque para él era más importante Dios, que la ley de los hombres. Y lo vieron, y lo acusaron. El rey se dio cuenta de lo que planeaban los sátrapas y lo quiso librar, pero no pudo; hasta que finalmente echaron a Daniel al foso de los leones…
Con el hambre que tenían los leones, sin embargo, no tocaron a Daniel. Yo digo que justo ese día, los leones habían declarado día de ayuno. ¡No pudieron comerse a Daniel! Dice la Biblia en Daniel 6:19 en adelante: “El rey, pues, se levantó muy de mañana, y fue apresuradamente al foso de los leones. Y acercándose al foso llamó a voces a Daniel con voz triste, y le dijo: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?” El Dios tuyo, a quien continuamente sirves, ¿podrá librarte? ¡Claro que puede librarte! ¡Él es Dios! No estás creyendo en un dios de palo o en un dios muerto; no estás creyendo en un dios que yace colgado en una cruz. ¡Estás creyendo en un Dios vivo! “Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo”.
Es más importante que Dios te declare inocente a que un jurado humano te declare inocente. Se espera que tú seas inocente delante de Dios. Yo amo a Dios, guardo sus mandamientos, amo la voluntad de Dios, el Señor camina conmigo y yo camino con Él, y sé que Dios me va a librar de la boca de los leones. El que se levante contra ti, delante de ti caerá. Si no eres inocente, estás en problemas, pero hay un juez justo que tiene una particularidad y es que si tú te acercas arrepentido delante de Él y le dices que has pecado y te arrepientes, Él es un juez misericordioso y maravilloso. Él te puede perdonar y te puede librar; Él te hace inocente en un instante. Dios puede librarte del problema más grande de pecado que enfrentas, porque cuando Dios perdona, te declara inocente. Limpia todos tus antecedentes que te condenan, defiende tu causa y les tapa la boca a los leones.
Decide hoy hacer un pacto con Dios y dile: “Señor, yo te amo y decido, a partir de hoy, caminar contigo y hacer tu voluntad. Perdóname y límpiame, Jesús. No tengas en cuenta mis pecados, Señor. Yo creo que tú me has declarado inocente delante de ti y que me libras de los que me odian, en el nombre de Jesús, amén”.
ANEXOS: